domingo, 18 de octubre de 2015

La corriente principal, mainstream (II)






Mi querida C; mi discreta y segura C, ha vuelto, para irse después, de sus chapoteos en el mar. No sin antes dejar un redondeado y cálido regalito, como gallina ponedora, malicioso tal vez, como los fantasmas de los cuentos de Twain de irónica sonrisa, que puede suponer la afirmación definitiva de mis sospechas hacia el mainstream cultural. Más literaria que los lobos académicos, más literaria tal vez que cualquier otra cosa en su vida, dejaba, en una noche de copas, el regalo en forma de argumento incrédulo; descrédito y escepticismo hacia la apología de los escritores llamados originales, outsiders, periféricos o marginales; aquellos niños mal de casa bien que pretenden épater le bourgeois, o erigirse como l'enfant terrible, rompiendo un canon o la ortodoxia de la basta tradición literaria. Un bufido de desdén cansado, acompañado de sus expresivas muecas ante mis argumentos en favor de una ruptura del canon y la tradición, cuando lo que quería decir era la ruptura con la moda, el cliché, el toque de corneta y el mainstream en la sociología literaria, más que en la propia literatura como disciplina eterna, platónica; me revelaron la necesidad de concretar lo escrito y pensado sobre la hegemonía televisiva de la cultura. Pues mi análisis no consistía tanto, erróneamente expuesto, en una crítica de la tradición entendida como el sentido común la reconoce: el poso y cadencia del paso del tiempo que cristaliza en forma de belleza y autoridad; sino como la tradición española materialmente existente hoy, herencia del eterno ayer de la escritura vertical, estilo mandarín, que tantos y tantos periodistas y novelistas, a los que mentalmente y en silencio me refería, asumieron como corriente principal; de sospechosa ética y refutada estética. Verticalidades de ayer como: Umbrales, Marías, Arangurens, Romeros, Aguirres, Tecglens, Praderas, Moixes, Novísimos, etc. Y mandarinatos de hoy como: sigue la saga Marías, Grandes, Monteros, Molinas, Revertes, Posadas, Zafones, etc. En definitiva, mi distinción repetía la vieja dualidad entre ideal (formal) y material, que no supe, por elemental que parezca, ni siquiera exponer superficialmente.

Los cánones, ortodoxias, hegemonías y demás redes culturales, son materiales y concretas cuando poseen consecuencias políticas, y viceversa. Un alto precio que paga nuestra escritura; herida por la politización de la cultura (que constituye la consecuencia lógica de la estetización de la política) y la naturaleza moral de muchos de nuestros intelectuales que para serlo, necesitan generosos sueldos y puestos de prestigio, lozanas señoras institucionales o gallardos amoríos con el poder. Nada que ver con Escohotados o Jüngers. La compra sistemática de la cultura por nuestra socialdemocracia padre, el PSOE, y la socialdemocracia hijo, El País; ha conformado un ordenamiento atomizado del espíritu cultural: compartimentado, regulado, dirigido, administrado, y reducido a sus intereses económicos primero, e ideológicos después (ambos se retroalimentan). Cosificado de tal modo por el sistema teológico del capital, que es fácilmente gestionado como mercancía inerte por sacerdotes y plañideras que hacen de la neutralidad, su centro descentrado, la ideología de su vida y la "causa" político-cultural de este país de nombre maldito, llamado España. El mandarinato actual de la cultura impone en función de necesidades materiales, deseos crematísticos, una ortodoxia en el estilo y el contenido; y la "clase ociosa" que diría Ferlosio recordando a Veblen (al que no he leído), acepta de buen grado (pues como decía Kant "es más fácil derrocar un despotismo personal que establecer una auténtica reforma del modo de pensar") el nuevo, por su magnitud inconmensurable, fetiche de la mercancía: la publicidad. Que como se dice en el Non Olet ferlosiano, ya no constituye un medio exterior e independiente de la mercancía, que servia para promocionarla o magnificarla, su medio superlativo de visibilidad; sino que la publicidad es ahora una cualidad interna del arte y la creación, de la escritura; la estructura misma de la cultura, herencia de la televisión. La publicidad ha borrado cualquier tipo de frontera distintiva, asimilando productor, producción y producto en una sola unidad comercial: el "hombre anuncio" de Hollywood es el paradigma de esto. La persona del escritor, el libro y su comercialización son momentos de un mismo proceso productivo; de la misma manera que se ha convertido el ocio y su negación (el trabajo) en la misma cosa: en negocio. Esta conversión teológica, milagrosa, y moralmente ratificada por la masa de consumidores y productores, que son ya casi lo mismo, de convertirlo todo en humo y sombra de publicidad, es un efecto que produce la ocupación de la televisión (las cajas vacías) y su espíritu deportivo, del espacio discursivo general; en lo público y en lo privado. Si no es impreciso dicho límite. Que afecta ineludiblemente también a la cultura, que si bien antes ya era un Mito según Bueno, ahora ya es publicidad inherente a la industria productora de nuevos mitos comerciales; una industria que ya no es especialista en productos materiales acompañados de su nimia espiritualidad, sino especialista en la fabricación de tópicos y arquetipos de consumidores, para que compren la reducción de siempre; como si fuera una metaproducción y un metaconsumo. Como ejemplos tenemos las fajas de los libros que marcan las cifras de ejemplares vendidos o publicados, el nombre del propio autor, gigantesco en comparación con el nombre del propio libro; eso, cuando no es ya la fotografía del propio autor la que invade la portada y contraportada del libro; del producto personal más que profesional. Eso, regalos de compra, descuentos, múltiples soportes y packs, son la prueba de la omnipotencia y omnipresencia de la publicidad (la televisión) en el canon de la cultura y su consustancialidad en la escritura y la creación.

De modo que C, lista como el zorro, vio en mi reivindicación de la novedad, la innovación y la ruptura literaria, otra forma del maistream. Pues este, convierte las novedades, sólo hace falta ver la sección de "novedades" de las librerías, en otro tópico y otro modo propagandístico del mismo canon de lo actual y la moda; vulgarmente conocido como tendencia literaria. Reescribiendo los términos que pudiesen sonar a resistencia, disidencia o revolución textual, en mera publicidad y propaganda de la "república de las letras" (J.J.Sánchez). La unilateralidad y unidimensionalidad de la corriente principal, imposibilita en la sociología de la literatura, la más genuina acción del creador: la natalidad de la escritura. Sólo posible en las formalidades e idealidades literarias de la privacidad más hermética y en el anonimato actual de los llamados autores de "culto" como Lerín. Pues cuando yo defendía la oportunidad de ejercitar, ensayar y forzar la escritura, refiriéndome a Lerín, ella, siempre C, entendía otra forma de mainstream; que desde luego aborrezco tanto como ella. Así, cuando hablábamos del reciclaje que la televisión hace de la miseria social y de la escatología de la privacidad; podríamos aplicarlo también a la "cultura" o la escritura. Nada se salva de la modernidad de lo cool.  En ambos casos persiguen dos objetivos vergonzosos. Por un lado, reivindicar la autoafirmación del "yo", el ego mediatizado en la realización pseudoindividual y la superación personal; y por otro lado, el carácter fetichista y fascista de la autenticidad y la unidad, que sólo existe como función publicitaria en lo social y no como apuesta real del yo pensante. Con todo, cada vez se me hace más cierta la sentencia rotunda de Quintano en sus columnas de  ABC, cuando dice que la libertad de conciencia no casa con la libertad de expresión o publicación; y viceversa.



  









sábado, 10 de octubre de 2015

La corriente principal, mainstream





Me cito con R y sus ojos bálticos de inteligencia felina; y yo, sin más, aposentando en la metálica silla mi cálido cuerpo. Forzamos la superficialidad catalana del discurso local, copa en mano, y hablamos de la hipócrita propiedad del cuerpo en la prostitución, fetiche de las feministas, y la enajenación del incuestionable aborto, apropiación socialdemócrata. Hablamos de la sobria educación estética de los clásicos, cine negro, y de la narrativa cool, lynchiana, de la tonta posmodernidad; de la la indiferencia y distracción del planiano mundo, y sus tediosas gentes. Me aborda y absorbe con Hartmann, quizá con la sustitución de Dios, el protagonista, por un señor, dueño o pastor en el cuento de la Ilustración kantiana. Reconocemos la nación de sol y moscas que el nacionalismo ha creado en contraposición a la plaza taurina, el morlaco; de la misma condición, sangre y arena. Cómo se puede hablar con tal franqueza, en tal instante feliz, en la tierra de La santa espína, donde gobiernan fregonas y clérigos. Pese a ello, continuamos conversando; ambos, seguimos creyendo en el lenguaje y la polifonía del diálogo autorizado; cosas del mundo moderno. Con el inevitable odio a la corriente principal, sus convencionalismos e ideas estandarizadas, se produce en nuestro dulce carácter lechoso, jocoso como el limón, la risa desaforada, dirigida a la basura de eso, del mainstream.


Es conocido por todos que la bolsa de basura es un terreno idóneo para la íntima satisfacción fisiológica, la investigación amateur y deportiva, el cínico reciclaje más revoltoso en lo religioso, la pestilente imaginación erótica y la ineludible curiosidad escatológica de todo homo faber o animal laborans. Artificios estos, y el de la privacidad televisiva en una sociedad de consumidores, destinados a borrar la huella de toda mente viva, espontánea y pomposa; generando la descomposición de cuerpos libres, personales, que fueron vida y piel; y que sin piedad, son hoy, espectros, humo y sombras. Pues lo mainstream, tan mediático como ignominia política supone, se maneja mejor por pantanosas ciénagas que por ventilados espacios aéreos. Con la ingenuidad y gratuidad de la inocencia infantil; del niño culpable, autor material y físico, pero exonerado de toda conciencia, cicatera y periódica, propia del espíritu. Tanto los programadores de televisión, delegados en estadísticas de espectadores, nuestros ciudadanos, como los profesionales que trabajan, les pagan, en ella; constituyen los límites plásticos y ascéticos de la cochambrosa ecología mediática: despojos de figuras sociales y mugre de sus políticas. En el porno homemade al que asistimos, de conciencia y movimiento físico infantil, como decía, capaz de reactivar y reciclarlo todo en el constante bombardeo mediático, visual, auditivo y anímico de las miserias humanas; encontramos la infinita posibilidad de normalizar lo absurdo, aceptar lo ridículo con carta de naturaleza y soportar el lenguaje binario atomizado, como koiné. La construcción de un público necrófago y carroñero, depende de mucho dinero, y de la aceptación de este, de los problemas más hondos en su naturaleza (como analizó ya la literatura) de una manera adulterada, cosificada y pseudoindividualizada; una especie de psicología sin objeto. Así podemos nombrar, sin despeinarnos, distintos acontecimientos de nuestro todo social, cuya falsedad en su esquema de valores, sólo están nítidamente y lucidamente expuestos como en la clarividente televisión. Recientes estrenos televisivos hacen pensar que la miseria y la basura social pueden ser recicladas y espectacularizadas sin atender a la "falta" humana, como la del mal en Mouriac, ética y estética. Tres ejemplos de reciclaje. Uno, del nacionalismo catalán que hace posible los imposibles metafísicos, convirtiendo a la derecha, CDC o Junts pel Circ en desobediente del TSJ y del TC (también de la "ley Wert"), y enemiga de las privatizaciones y la propiedad privada, vivir para ver, todo por la pestilencia. Dos, la mitología sobre el caso Asunta Basterna, permítase el derecho, un poco coqueto si se quiere, de no comentar nada. Y tres, el de la terapia de "Amores que duelen"  (tele5), la nueva pedagogía del amor que proclama el "no es país para mujeres" (la contabilidad de víctimas como dice R) o la antigua educación erótica de Sade, sin ironía y en hortera, estilo maistream, of course.


















lunes, 5 de octubre de 2015

Dietario voluble (III)






24/09/2015. Carrer de Mühlberg

Leo a Ferrer Lerín compulsivamente. Envuelve el ambiente como las voces regresivas de la radio invaden el espacio hogareño a estas horas tan taciturnas. Es temprano por la mañana; son las seis de la mañana, una hora tan literaria como deportiva. Hay libros tumbados por la mesa, casi adormecidos, anónimos papeles recelosos de su privacidad, periódicos de escasa importancia, algunos, envolviendo pajaritos muertos; superlativos grafismos apoyados en la quebradiza pared de yeso, autenticas personalidades enmarcadas, colgadas, descuidadas; café quemado en la taza templada, cigarros amontonados en la ventana, las veces de cenicero, como cadáveres. Una luz sepia que recorre la casa, seca como toda luz, que según dice C, es inextirpable y permanece sin necesidad de echar raíces como las lechugas. Moderado el clima y sobado el ambiente urbano me he levantado expresamente, coqueto como el gallo, para leer entre ese mastodóntico tumulto de trapos, nuevos y viejos, encima de mi cama; escombros del armario. El silencio ambiental acompasa el taconeo de la escritura, reposada ya tras la lectura, las manchas negras como hormiguitas, de ligeras patas, desfilan en la pantalla. Ya es tarde, no he podido, conseguido, escribir con la belleza que merece el encuentro con R. El día ha corrido como el niño corre por el pasillo y se esconde, perseguido por los fantasmas, tras la puerta sólida. Y al fin, despierto, hermético. Es festivo, y por la tarde fraterna y la noche húmeda hay compañía femenina: antagonismo de la lectura y sinónimo de vida, calor e intimidad.


Mediodía; sala de espera. Pienso en la hora de su compañía, tan viva y lúcida como esas verdades inquebrantables envueltas de evidencia e irónica certeza cartesiana. Tales como que hay un momento cuando anochece que el mar es vino, la nube cobre y la luna moneda de plata. Tan verdad como que la costa es un invento más griego que romano y la montaña un cuento medieval; un monstruo necrófago de falsa oscuridad, belleza alada y cadencia nupcial; igual que el pirenaico buitre. Que Diógenes es lo contrario a Sócrates. Que la escritura es lo contrario al sexo, incluso su lenitivo; un mal sustituto de la misma soledad. Una soledad que te enseña a ser único y rencoroso pero no a estar solo y en el olvido, como quería Cioran. Sigo leyendo a Lerín. Ya he dicho que es enfermizo leerlo, citarlo, probarlo, imitarlo, pensarlo, releerlo… Sería un acto de soberbia vanidad si digo que lo entiendo todo o que no entiendo nada; su texto es humo frágil y denso, pétreo y prieto, difícil de inhalar. Aunque su poética, ariete de guerra, pone banderillas a la mente y despierta la visión grotesca y sórdida de la realidad. Su escritura fronteriza: corpórea y onírica, paleografías y poesía de inventario alma Perse, heterodoxia Borges, que dilatando el verso lo convierte en prosa sin quebrantar línea cognitiva alguna; me acompaña junto a L:


<< FÁMULO

Vacas de vientre
hijos de tus bragas y bueyes de tus vacas
brabán
barras de jabón roídas por los lobos
la condición del finado
señala en el toque a muerto
la campana
músculos del campo
vacas
los mulos y aquellos bueyes
cantón.

Qué habrá de comer
quizá canguingos y patas de peces
la noche produce ruidos extraños
a hurtadillas mamar a las cabras
también a las vacas
la tierra vaca
niños que sorben
clandestinos
huevos de gallinero haciendo agujeritos
vocativos de afecto
galán
amante
querido
el señor Eliazar,
de Castellanos,
vende cebollas coloradas.

Bollo maimón
pan de farinato
cazador de tendencias
(no se empleaba entonces la palabra viento)
garbanzos torrados
piedra de manteca
lanzaban su relincho
mujeres relinchando
ese jirijeo grito de la fiesta
lítote
práctica que pertenece al pasado
insoportable hedor que produce desórdenes mentales
uno de los bueyes conoció la sangre
pendejo
costumbres livianas
vieron grupos de pobres
rastro de penuria
cuando lo encontraron
matrimonio invasivo
eran los ratones
royendo las orejas. >>


Poema de Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942), del libro Fámulo (Barcelona, Tusquets, 2009).


L. Juntos, ya paseamos por el monte; sin ningún parentesco con Rousseau. Monte urbano, sin metáforas o simbolismos, un monte impreciso acechado por la ciudad, atravesado por frívolas callejuelas, casas chatas y diminutas, caminos polvo sin asfaltar, carteles enloquecidos y gentes como el pijo aparte de Marsé. La altura y los miradores permiten contemplar la exacta y en ocasiones geométrica, Barcelona, su paradójica cercanía y ambigüedad para con el paseante. Se ven las maravillas de Enric Miralles, idolatrado, y los abrazos de una insegura, casta, naturaleza. No es nuestro asunto. Seguimos paseando por la ficción exótica del espíritu alemán, se citan algunos; pero inevitablemente se habla, se ríe, de sexo. Carrer de Mühlberg, lo reseguimos y agotamos hasta la arquitectura de Gaudí. Ya no deslumbra como en la infancia, es una arquitectura para la imaginación vacía, pura y sin fisuras, aún sin las hostilidades de la madurez. No hay nada como volver; volver a casa de L, y cenar en tono familiar; obsesionado con lo de siempre.