lunes, 22 de junio de 2015

La sonrisa socialdemócrata





De los chirriantes dientes prietos y el ceño fruncido, enmarcados en la seriedad que proporciona el blanco y negro de los redentores, hemos pasado al colorido gay del orgullo de Zapatero (en El Mundo del sábado, dice sin vergüenza ni decencia, que es lo mejor que hizo en la legislatura: una fiesta coloreada y algo amanerada...), y a la sonrisa incesante de los que saben que sonriendo, tras la vociferante campaña apocalíptica, se ganan las elecciones. Ha sido declarado el estado de simpatía, dice Gistau en ABC. Una conclusión algo tardía, la de ambos (podemitas y Gistau), pues el guapo de Sánchez ya se sabía el cuento socialdemócrata y había gravado, como alfarero antiguo, una sonrisa a prueba de balas en su barroso rostro. Apta, eso sí,  para todas las tallas morales y aplicable en cualquier situación burocráticamente comprometida. Tan tardía resulta, que en los aquelarres televisivos en días de elecciones, retransmitiendo en directo todas las sedes de la partitocracia querida, sus candidatos y sacerdotes salen en primer plano, con su color típicamente deportivo, luciendo su sonrisa más efusiva; algunos con mejor o peor resultado estético, pero todos coincidentes al decir: hemos ganado. Lo contrario de entender la política como un juego de suma cero, es entenderla como la simpática sonrisa socialdemócrata: sonreír mientras se pacta,  sonreír cuando se pierde, declarar la guerra con optimismo sonriente... Talante, talante... 

Ya sabemos que la socialdemocracia tiene más forma que fondo, más apariencia que realidad, y tanto escaparate como trastero; con su consecuente exaltación y saturación mediático-administrativa. En la que como todo objeto televisado y televisivo, adopta las reglas más cosméticas y más chic de las nuevas normativas de la sociedad del tiempo libre y de consumo. Pudiendo valorar a los candidatos por las marcas de sus coches y sus trajes, su juventud, sus hábitos alimenticios (lo verde de su ensalada) y deportivos (sus bíceps), por el pisito de soltero o el casoplón de casado, por el tamaño de los pechos y el trasero de su mujer, por el bigote de su señora, por el rubio platino de sus hijos o por el ignominioso azul de sus ojos...  Pero sí algo bueno puede decirse de ella, es que rebaja la adulteración y embriaguez ideológica hasta límites light o 0% (impidiendo la espontaneidad de la violencia); y convierte todo su contenido por muy romántico que sea, mientras esté inscritos dentro de los límites de la ley y el cerco institucional, en términos funcionales y operacionales; altamente resolutivos y gratamente aburridos. Los podemitas, sabiendo todo esto, han conjugado y cultivado un redundante y estupefaciente fraseo técnico de la cercanía, de la asistencia, de la atención, del rescate y de, por qué no decirlo, la salvación (Gracia divina). Para alejarse de acusaciones ideológicas y sustituyendo, con un mismo fondo, el puesto de Cáritas (amor sin temor a pérdida) y el de la afanosa santa Iglesia de los pobres. Al comprender la virtud política como Maquiavelo, auto-conservación y adaptabilidad a las mutaciones históricas de las circunstancias, encuentran en la gestión política socialdemócrata, el mejor hábitat para desarrollar ciertas políticas discursivas de la salvación: han sustituido el mensaje evangélico de la Iglesia por la teología de la pobreza de la "nueva política", eso sí, ahora ya, con una sonrisilla de corbata. 

Han convertido la sociedad española en aquella hipérbole y sátira que hacía Berlanga en sus películas, Plácido y Calabuch, por ejemplo. El recurso de "cena con un pobre en navidad", o  "la bondad e inocencia del pobre" y la exaltación nacional de la tierra, el pueblo, lo castizo, lo austera, las costumbres y la cultura folclórica. Cuando lo más exacto de nuestra situación actual, no exenta de ironía, sería Buñuel: El Ángel exterminador y El discreto encanto de la Burguesía, en el que el cordón sanitario hacia las tesis conservadoras de la burguesía, su declive y miedo a perder su condición material, están equilibradas con la crítica que realiza en Viridiana sobre el tedio,  la miseria moral (envidia y ambición) y la ignorancia de la pobreza. Pero los podemitas prefieren jugar con biparticiones sencillas, como su gente, y categorías cosméticas, como su ética. Para enfundarse en la sonrisa burocrática, rebajar su discurso e intenciones, y para limitarse a sustituir la misión social de la Iglesia (alimentar, acobijar, cuidar, reconvertir...), la cual, debería separarse de la política, al menos, del Estado. Los descamisaos concejales y alcaldes, al estilo Five Points, como el esquizo-alcalde gaditano con nombre de torero (el Juli) o cantante de copla (el Fary); "el Kichi", contradicen la ley que ellos mismos representan; como por ejemplo al intentar parar un desahucio pavoneándose ante la policía, en lugar de solucionarlo desde el despacho como hace el de Vigo, con la corbata y el traje de turno. Esas son las nuevas contradicciones que le añaden a la gestión socialdemócrata: ser la ley y al mismo tiempo la insumisión o resistencia ante ella; y la sustitución de la política por la teología de la pobreza al estilo Berlanga. Dos novedades que no existían antes de que los podemitas sonrieran. 

Ante tales hechos, no sólo no rectifican, sino que con la arrogancia infinita del que se sabe, y así lo aplauden en su casa y en el recreo, como intelectual, son capaces, hablando en tercera persona de sí mismos (Zapata y Pablito lo hacen), de calificar las preguntas y opiniones de los periodistas como conspiradoras y propagandísticas. Sólo había visto a dos egos políticos, antes de los chicos de Pablemos, que se arrogaran con ese altivo derecho: Esperanza Aguirre y Felipe González. El propio Zapata, hombrecillo de librillo o el creador cultural subvencionado, ha adquirido los viejos vicios de prohibir preguntas, contestar con arrogancia y pactar temas con el periodista, pues como guionista que dice que es, le gusta tenerlo todo bien atado y censurado. Vemos como sus dejes, manías, vicios y aptitudes, no se diferencian en nada de la de sus homólogos de traje y corbata; aunque ellos prefieren la libertad ofensiva de las chanclas. La sonrisa que mantienen, más allá de su misión teológica con la pobreza y su activismo de resistencia, responde  a su total asimilación estética: tras la sonrisa se encuentra la tranquilidad de los pactos, el confort de los votos administrados y su profunda arrogancia de gestores públicos sin más ley que la de su imperativo inmoral. Por lo tanto, sus redenciones sólo conseguirán la total homologación en la gestoría política; nada cambiará salvo su sonrisa...














martes, 16 de junio de 2015

Nebulosas retóricas de taberna



Por todos es sabido que la diversión y el recreo lingüístico no se encuentran en el lugar que ocupa el capitán del barco, sino abajo, en la bodega. Evidentemente es una diversión cerrada, deportiva, de echarse al barro, untarse de grasa y embriagarse de vino barato y comida común. Pero en cualquier caso, salvando la suciedad,  mucho más gratificante y placentero que en el encuadramiento de toda disciplina al estilo ortográfico. Sobre todo, cuando se oyen barbaridades que de vulgares se vuelven normales, pero que al menos, pueden ser sublimadas en alcohol seco, posibilidades de gratificación sexual, no siempre óptima, o risotadas y carcajadas desenfadadas. Tal es el caso, que un domingo más, encantadoramente taciturno como todo domingo exige, en buena compañía y buena bebida, acabó en supuración de metáforas vacías, no por ello faltas de inteligencia, pero sí de realidad; aquella que paradójicamente la vida olvida siempre que pretende ser narrada. Distintos temas fueron despachados con la alegría y velocidad con que despachábamos las copas, descartados como quien descarta los nombres imposibles de los menús, y discutidos con la vehemencia de la masculinidad que el barril despierta. Se trató, finalmente, aquello inevitable e irreductible de mi cerril y obstinado carácter: el nacionalismo; y tantos otros confetis políticos implícitos en él.   

El halo carroñero que pretendo siempre que hablo o escribo, me obligó una vez más, a preguntar a mi bellísima y no menos inteligente interlocutora, por su simpatía, más estéticamente sentimental que política, por el nacionalismo. Pues, sin ser ella nacionalista ni pujolista (independentista), su cercanía biográfica es evidente. Su respuesta se transformó, tras un ejercicio de prestidigitación  dialéctica, en una pregunta insidiosamente directa: " ¿qué hay de malo en ser nacionalista?". Dicho así parece que nada; así que me limitaré no al núcleo doctrinal de la religión cuyo dios es la nación, sino a los ejercicios y actos concretos del nacionalismo catalán. Su principal característica es la invención y creación de grandes  mentiras políticas: inventan y sacralizan una identidad prescriptiva de lo propio, temen toda desnaturalización de lo propio. Inventan una forma concreta de hablar la lengua, y aseguran que la diversidad lingüística es un derecho y no un hecho, que su lengua tiene derechos mucho más sólidos que los individuos y que su habla les proporciona una manera de ser genuina. Inventan sujetos políticos al margen de la ley y la constitución, sujetos políticos con legitimidades históricas y étnicas mucho más fuertes que la legitimidad de la ley; única forma de presente político. Inventan un enemigo exterior opresor, un enemigo imperialista según la lógica chavista, un enemigo nacional que ataca, ofende, traumatiza y agrede con hostilidades diversas, la "dignidad" del pueblo catalán. La única forma de atacar en una socialdemocracia administrativa, es a través de leyes, decretos o tribunales ¿quién puede encontrar una sola ley, en democracia, anti-catalana? Pero no sólo la mentira a sido su instrumento doctrinal: configurar un régimen del victimismo y de diván; un régimen donde las condiciones informativas o mediáticas no son democráticas, es un síntoma más que categorial de la profunda ruina no solo moral y política, sino intelectual del nacionalismo. 


Esto es lo que debí haber contestado. Me limité a cargar contra el racismo de las CUP, algo evidente en sus declaraciones públicas y programa de máximos nacionales. Pero lo más preocupante, no son ni siquiera su ignorancia o desprecio por la verdad, o la falta de racionalidad y exceso de entusiasmo en sus acciones, sino la profunda inmoralidad de pedir la excarcelación de Otegi en el parlament. Simplemente un terrorista que no tiene nada que decir. Como pude comprobar, ni siquiera el distraído ambiente de taberna es capaz de rebajar los efectos narcóticos del nacionalismo; más al contrario, los legitima y exalta, es su medio habitual. Acostumbrados sus miembros (miembras según las nuevas políticas de género) y militantes a las bodegas: a la  gratuidad, la diversión, la falta de medida y mesura en las palabras, la siempre segura irresponsabilidad de lo privado. No recaen que en el parlamento o en lo público, uno debe aparecer de una forma presentable, decente y digna ante el mundo; uno debe ajustar sus metáforas, pulir sus palabras, y retener sus sentimientos por muy primitivos que sean. Pues, como muy bien dice Arcadi (Pensar qué ponerse):" existe una identidad de fondo y forma entre las ideas populistas (nacionalistas e inmorales, añadiría yo) y el ropaje de los que la profesan"

Conclusión: vayan a las tabernas, liguen, emborrachen sus neuronas, empachen su estómago, sodomicen la mente del interlocutor, disfruten... Pero por favor, no extraigan de ellas ninguna idea política para el espacio discursivo público...











domingo, 14 de junio de 2015

El Manuelato y el "típex" ideológico


La Buena Nueva de la política municipal, los apologetas del municipalismo están de verbena estos días, ha llegado por fin a las denostadas alcaldías para liberarlas del esclavismo de la vieja política. Se repartieron todos los nuevos partidos "cool" y las distintas mixturas sociales de abajo, de "acá", "del cerca" y del más allá, como si de una tarta autonómica se tratara, los feudos de poder territorial y los bastones de mando de las antiguas estructuras. El procedimiento gris sería el normal en cualquier democracia administrada homologable a la mansa comunidad liberal, si no fuera por la particularidad distintiva de los feriantes y matarifes civiles; gente del colorín. La explotación del símbolo y de la metáfora inundaron sin diques de contención estética la totalidad del espacio público, al menos, el publicitado, quiero decir: el televisado. Las parábolas y analogías para describir lo que significaba o lo que era aquello, término de profundidad teológica inasible, respiraban por lo de la estetización de la política de Benjamin. Unas formas y figuras chirigotescas que se me hacían muy símiles a las del nacionalismo de poético (patético) relato, de corte romántica, en su versión catalana 2.0.  

 La algarabía era propia del fin de una dictadura, claro, era el fin del régimen del 78 ¡el Mito! que tanto (los) nos ha oprimido, la gran estafa; y el inicio de la política del tuteo, el "basta de usted" en Madrit, de la rungente sencilla en Barcelona, de la sociedad de progreso en Valencia, de la "felicidad" gaditana, del "besuqueico" en Zaragoza, y el pleno a la gallega en La Coruña. Sobre el régimen del 78 ( véase el artículo sobre Torcuato Fernández-Miranda de Arcadi Espada. ) piensen en el despotismo, que sólo otorga el entusiasmo guindado, con el que despachan los podemitas tal ejercicio de ingeniería política, con deficiencias como todo mecanismo, pero que ha demostrado ser operativo en todos los terrenos. Pues las "libertaés" que dicen que Carmena, la Tierna comentan, trajo desde su activismo y militancia, no hubiesen sido posibles sin la gran política de los padres del 78 que tanto odian, como dice el árido Espada. Si pasar de una dictadura de facto, a una democracia plena, aunque de irresponsable demos y excesiva cracia, no es una diferencia sustancial, no comprendo el empeño esquizo-ideológico de los "nuevos" por democratizar todo; me da la sensación que no comprenden que la democracia no va de buenos o malos, sino de menos o más. Ese mundo de TFM podrá parecernos de color sepia, apolillado o demasiado castizo, pero no puede transfigurarse en Mito con la dosis de vacío irracional y efecto virtual al que pretenden reducir un cambio empírico de una cierta densidad material y resultados tangibles. El mero hecho, y no opinión, de la existencia de un parlamento discursivo hábil, un mecanismo de elección de gobiernos, una constitución que proteja las libertades civiles y políticas, un pluralismo socialdemócrata casi orgánico etc. No me parecen detalles menores o pies de página eludibles. Más al contrario, me parecen una descripción exacta, que merecerá el valor que se quiera, de un sistema político funcional. Podrá parecernos, como le parece a Quintano (ABC), que el entretenimiento y la distracción es parte esencial (el motor) de la socialdemocracia, o que realmente la democracia ( al estilo Hamilton) es sustituida por una partitocracia (democrática a lo sumo) endémica en España. Pero lo esencial, es que ninguna de nuestras aventuradas o gallardas opiniones debería  contradecir  la taxonomía evidente de los hechos: que se pasó de una dictadura represiva a una democracia liberal. 

El paso del Botellazo al Manuelazo en Madrí, no sólo comporta un cambio rutinario de gobierno, sino un cambio de concepción de la política, un cambio de régimen, con todo el tufo fascista del término, en el que dejamos atrás la casta de fachas que son sociológicamente la continuación del franquismo por otras vías. No del conservadurismo, sino de un régimen tiránico; y damos lugar al gobierno de la gente, es decir, aquella que conoce el significado vivo y virtuoso de la igualdad, la libertad y la solidaridad por ciencia infusa, mucho mejor que el tecnicismo de la propia ley de la tradición, consensuada y acordada. Ese es el sonajeado discurso de la desconexión de los políticos con el pueblo ¡corte de fascistas! que usan los podemitas, y en el que viene implícito el olvido de todos esos ideales. Ellos, defensores del derecho al olvido (el de ETA), reivindican el recordatorio de las funciones y virtudes públicas de una ilustración que es cuestionable en su realización, no sólo en nuestro 78, sino en su origen francés. La hipertrofia a la que esta sometida su gente y su realidad, no puede conducir más que a ese desairado populismo y desmedido típex ideológico. La Tierna, dejó claro en su discurso sus prioridades tautológicas de la nueva política, representada en el abandono sistemático y adolescente, de los bastones de mando, que simboliza lo que Ribó (Valencia) expresó muy bien en lenguaje natural, es decir, político, tan extraño en los podemitas: "un govern sense autoritat ni obediència". Es decir, sin bastón, o con bastón soft. Un alegato contra autoridad, tan infantil como ingenuo, tan gratuito y facilón como insensato; sólo digno de ideologías para y por la gente. En definitiva, acostumbrémonos a que a partir de ahora, tras el Manuelato, los términos de la política ya no serán ilustrados; como ellos pretendían, si es que alguna vez lo han sido. Sino biparticiones tan torcidas y sesgadas como: chavistas o imperialistas, fachas o progressitas, de la gente o de la casta, demócratas o setenta-y-ochistas; un marco tan estrecho y sofocante, asfixiante, como el del nacionalismo en Cataluña. Eso sí, todo ello, se hará sin un usted, sin un mercado, sin datos macro-económicos, sin FMI, sin Europa, y a este paso quizá se haga hasta sin gente... 
















viernes, 12 de junio de 2015

Reichenbach y la inconmensurabilidad de los lenguajes



Uno de los temas más recurrentes en las conversaciones con mi querida C, - que al menos si no siempre es cuestionado en profundidad, siempre es mencionado - sea en la arena de la playa bajo el sol, en las húmedas noches de cena en Barcelona, o sea en cualquier paseo vecinal: es el pedantesco tema de la inconmensurabilidad de los lenguajes. Una trampa discursiva a la que siempre recurrimos cuando el cul de sac en el que nos hemos metido complicaría nuestra existencia innecesariamente. Recuerdo la última conversación sobre este tema, siempre más que grata, en la que me explicó porqué la concepción del tiempo de Einstein no podía contraponerse a la de Hegel o Heidegger - o en todo caso una no podía negar a la otra en esos términos de boxeo en que yo lo planteaba -. Aliados a los que recurrí para evitar por un lado, hacer patente mi ignorancia rampante, y por otro, evitar lo que me parecía, erróneamente, un dogmatismo científico, véase positivista. Como siempre, o casi siempre, llegamos a un entendimientos y nos pusimos de acuerdo en superar las dificultades de una contraposición de suma cero, y reconocer en cada uno de los autores la lógica o legitimidad de su propio discurso, sin por supuesto caer en el manido relativismo. Aceptamos que si una "ciencia" (entendida también como la filosofía del XVI hasta el XIX ) se define por su método y su objeto de estudio, deberíamos reconocer una cierta diversidad de los mismos, una pluralidad en que no todos los métodos ni objetos se escriben en clave positiva o empírica.  

Esta aceptación o prudencia epistemológica no es moneda común en los círculos más integristas de la escuela de Viena. Reichenbach, el prestigioso filósofo de la ciencia, en el primer capítulo (La Pregunta) de La filosofía científica, marca las líneas generales de su discurso a través de un ejemplo concreto y textual (como debe ser) en el que citando a Spinoza, intenta demostrar la necedad y estupidez de sus palabras, la confusión y oscuridad con la que escribe: "La razón es sustancia, así como fuerza infinita. Su propia materia infinita sustenta toda la vida natural y espiritual, así como la forma infinita, que pone la materia en movimiento. La razón es la sustancia de la que todas las cosas derivan su ser". Y tras hacer algún que otro comentario irónico y sarcástico sobre los estudiantes de filosofía (continental), considera lo que cualquier hombre ilustrado o de ciencia podría preguntarse: 

"Consideremos ahora a un hombre de ciencia acostumbrado a usar palabras en tal forma que toda oración tiene un significado. Sus juicios estan construidos de modo tal que siempre puede demostrar su verdad. No le importa que la prueba requiera largas cadenas de pensamientos; no le teme al razonamiento abstracto; pero exige que el pensamiento abstracto esté relacionado en alguna forma con lo que sus ojos ven y sus oídos oyen y sus dedos tocan. ¿Qué es lo que diría este hombre si leyera el pasaje en cuestión?
Las palabras "materia" y "sustancia" no le son extrañas. Él las ha aplicado en su descripción de muchos experimentos; ha aprendido a medir peso y solidez de una materia o una sustancia. Sabe que una materia puede estar formada de muchas sustancias, cada una de las cuales puede tener un aspecto muy diferente de la materia. De modo que estas palabras no ofrecen ninguna dificultad en si mismas.
Pero ¿qué clase de materia es aquella que sustenta la vida? uno se inclinaría a pensar que es la sustancia de la que están hechos los cuerpos. ¿Cómo entonces puede identificarse con la razón? La razón es una facultad abstracta de los seres humanos, que se manifiesta en la conducta de éstos, para ser más modestos, en partes de su conducta. ¿Quiere decir entonces el filósofo citado que nuestros cuerpos están hechos de una facultad abstracta que les es peculiar?
Ni siquiera un filósofo podría decir semejante absurdo. ¿Qué quiere decir entonces? Posiblemente que todos los acontecimientos del universo están arreglados de tal modo que sirvan a un propósito racional. esa es una aseveración que puede ponerse en tela de juicio, pero al menos es comprensible. Pero si es eso lo que el filósofo quiere decir, ¿por qué hacerlo en una forma tan misteriosa?" 

El ejercicio de Reichenbach de extraer un fragmento de un autor complejo y ridiculizarlo sin tener en cuanta el hipertexto, resulta tan exiguo como pretender ridiculizar el traductor Google con un texto de  Proust. Pues por ejemplo, todos los del gremio sabemos que en Spinoza, hablar de "muchas sustancias" como se dice en el fragmento citado, es una tontería que la lectura de la tradición puede evitar. Respondiendo a su última pregunta, el bueno de Reichenbach olvida la noción de géneros literarios, en la que la forma de escribir no es indiferente de su fondo o contenido; el modo de presentar algo, de mostrarlo o expresarlo implica una sensibilidad: una estética siempre reñida con la técnica. Cuando se abandona toda estética en el decir, lo técnico carece de su precisión, y lo que es más importante: carece de comprensión; único modo de hacerse visible, y por lo tanto, real. El objetivo de lo técnico es ser operativo y funcional, y para ello necesita distintos modos de ser representado para ser aplicado, distintos modos de ser revelado bajo una forma (todo contenido para serlo necesita una forma que lo perfile y delimite) que como tal, sólo puede ser estética. De modo que el "por qué hacerlo de esta forma" responde a una necesidad de estilo, entendido como dice Adorno, como el momento amplio mediante el cual el arte (contenido) se vuelve lenguaje y la forma se actualiza y expresa vivamente. Estilo literario se supone. El modo de pensar del autor ya implica un estilo o modo de escritura, su técnica ya implica una estética, o ya es estética. No podía articularse un pensamiento tan característico como el de Spinoza de otro modo estético sin desvirtuar alguna de sus tesis o principios. El lenguaje prosaico es tan estético como técnico puede serlo el poético, y viceversa. Dicho esto, veamos lo que dice Adorno en Minima moralia sobre el lenguaje dialéctico en filosofía, que debemos tomar como otro género literario; en el que se implican tanto una estética como una técnica indisolubles:  

" [...] Para el intelectual que se propone hacer lo que antaño se llamó filosofía, nada es más incongruente que, en la discusión - y casi podría decirse en la argumentación - quiera tener razón. El propio querer tener razón es, hasta en la más sutil forma lógica de reflexión, una expresión de aquel espíritu de autoafirmación cuya disolución constituye precisamente el designio de la filosofía [...] Cuando los filósofos, a quienes, como es sabido, les resulta siempre tan difícil guardar silencio, se ponen a discutir, debieran dar a entender que nunca tienen razón, más de una manera que conduzca al contrincante al encuentro con la falsedad. [...] Pensar dialécticamente significa, en este aspecto, que el argumento debe adquirir el carácter drástico de la tesis, y la tesis contener en sí la totalidad de su fundamento. Todos los conceptos-puente,  todas las conexiones y operaciones lógicas secundarias y no basadas en la experiencia del objeto deben eliminarse. En un texto filosófico, todos los enunciados deberían estar a la misma distancia del centro. Sin haber llegado a expresarlo, la forma de proceder de Hegel es testimonio de esa intención. Como ésta no admitía ningún primero, tampoco podía, en rigor, admitir ningún segundo ni nada derivado, y el concepto de mediación lo trasladaba directamente de las determinaciones formales intermedias a las cosas mismas con el propósito de que su diferencia con un pensamiento mediador y exterior a ellas quedase superada. Los límites que en la filosofía de Hegel miden la efectividad de tal intención son al mismo tiempo los límites de su verdad [...] "

Pueden reducirse los dos tipos de lenguaje, el de Reichenbach y el de Adorno, a una comparación entre lo positivo y lo negativo; un lenguaje atiende a la afirmación de los objetos como modo de conocimiento y el otro a su negación. Independientemente de cual nos parezca más aceptable, más sensato o verdadero - esta claro que el positivo es con el que nos movemos en la vida - lo cierto es que ambos son inconmensurables. Es decir, los términos y parámetros en los que se inscribe el primer tipo de lenguaje (el positivo), no sirven ni para trabajar con los objetos negativos ni para desacreditar los fundamentos de su discurso o lenguaje operativo. No se pueden comparar peras con manzanas para encontrar la mejor manzana. El lenguaje binario o analógico que en este caso plantea un juego de suma cero, en que todo lo que gana uno lo pierde el otro, presupone una unidimensionalidad del orden del discurso, de la aprehensión del mundo y de su ordenamiento. Para desacreditar o descomponer el fundamento epistémico de cada uno de ellos en sus contradicciones y paradojas, sólo puede hacerse desde su propia lógica y su interioridad, desde sus propios términos, nunca desde el exterior y con lógicas ajenas. Esto es: una técnica debe ser analizada desde su propia estética (estilo) y viceversa. Y a partir de las conclusiones que de ellos sacamos, optar por priorizar el pensamiento de un problema con un método u otro, priorizando una dimensión del objeto u otra. El método para Reichenbach era el científico y su referencia la realidad empírica; mientras que para Adorno (y Hegel y Spinoza...) el método era el hipertexto de la  tradición filosófica, y su referencia la exactitud (autenticidad) o no de la realidad empírica. Por lo tanto Adorno no puede decir que la ciencia es insuficiente si solo tiene en cuanta sus intenciones dialécticas, y Reichenbach no puede configurar una  filosofía científica (sí una ciencia a secas) si no es con el contenido de negatividad tal y como lo intentó Hegel.  










jueves, 11 de junio de 2015

El Magazine y las señoras que politiquean




Últimamente mi vida, de por sí caótica aunque nada espectacular, se asemeja a la de aquellas señoras, viejas y gordinflonas que viven con sus tres hijos paraos; cada uno por sus legítimos y sufridos motivos de la vida; eso sí, sin decir nunca el verdadero porque. Uno de los tres es la constante y, el que jamás se fue, el que siempre se justifica con el "me quedo cuidando a mamá que esta muy mayor" para ocultar su alcoholismo y drogadicción, o quién sabe qué deficiencia mental que los médicos antiguos no supieron detectar a tiempo y sus padres nunca atendieron, pues lo veían normal, como los huevos de la compra, de tantos hijos siempre hay uno roto... El segundo, soltero y adicto al sexo, alega despido improcedente, cuando seguramente se estaba tirando a la mujer del jefe, o lo más usual: a su madre. El tercero, el mayor y más responsable, el que suena como una leyenda en el barrio por sus tres carreras (todas en ciudad de provincias) y los posados veraniegos colgados en la nevera, con sus tres hijos rubios y su mujer también rubia de ojos azules, o sea, el Pedro Sánchez de todas las familias; realmente es un botijo gordo que se ha separado, bueno, le han separado. Pero le dice a su madre que Nati (siempre es un nombre así) y los niños están de viaje a una granja ecológica en Upsala. Y él, por el dichosos trabajo que los (la) mantiene se queda sin vacaciones y en una casa que se le hace muy grande. (Nunca he entendido el problema de la gente con las casas grandes, por mi experiencia, pensaba que el problema era por lo contrario; esto demuestra una vez más, ante la sucia psicología femenina, que el tamaño no importa.)

El lector pensará ¡qué reducción más grosera de las señoras y sus hijos, que machista y cabrón siendo tan joven! Y tendrá toda la razón: también existen otras figuras, pero es un tema demasiado pródigo. Para ser sinceros, no sólo mi vida es a estas tan similar, sino la de todos aquellos que ven los magazine por las mañanas. Pues somos sus interlocutores y así se dirigen a nosotros. Ya sé que están hechos para la gente que no trabaja, para las señoras del hogar, de su hogar o el de otros, para atormentados jubilados, viudos y viudas, parados, para prostitutas de lejanas tierras ¿ pero y los estudiantes con cargas domésticas? ¿los estudiantes a secas; es decir, los estudiantes que no estudian?¿es que nadie piensa en ellos? Sus vidas acaban de despegar, de alzar el vuelo, anteayer estaban pisando melocotones por la calle pensando en las futuras experiencias universitarias, prometedoras y mitológicas... Algunos piensan que como en la mili, algunos conocieron cosas espantosas y horrorosas: las mujeres y la droga. Pero se olvidaron de los magazine. Un producto televisivo de lo más rentable y longevo: duran de tres a cuatro horas matinales en días laborales, durante diez o doce años, al menos los de las televisiones generalistas y las autonómicas. El espectador estudiantil, joven, se supone, que al levantarse tarde (9:00h), sea por el arduo estudio, por las copas con amigos, sin chicas, o por cualquier otro menester pre-veraniego, se convierte automáticamente en una señora. En un vecino del barrio. Pues a diferencia de lo que piensa la Colau, no hay nada más integrador y cohesionador que los magazine televisivos matinales, no hay nada más nacional y barrial que las presentadoras de la mañana, no hay mayor igualdad que la que proporciona que ricos y pobres vean los mismos programas, no hay mayor información que la de enterarse en un mismo pack de la vida de la fulana tal, del desliz del duque pascual, de la niña china asesinada y descuartizada previa violación, o políticos del colorín que se reúnen en desayunos informativos para hacer más escaletas de programas que crear agenda política. Ya que si no hay noticia para el magazine, se inventan cual diseñador inventa vestidos estilo campana. 

Podríamos hablar de Adorno para darnos postín, y deducir filosóficamente la ontología del hombre televisivo y decir que tanto el chismorreo como el entretenimiento deportivo son formas de sustituir  y sublimar la guerra y la frustración sexual, que los instintos violentos son transcritos en palabras vulgares y populares como dosificadores ascéticos de toda la pulsión destructiva reprimida que contiene la cultura, que la televisión capitaliza toda pretensión utópica y toda nuestra memoria en imágenes estereotipadas y reguladas por lo siempre idéntico, que lo convierte todo en un medio: virtual y ficticio. Y así, un sin fin de metáforas simbólicas que no conducirían a nada novedoso en la escritura. Pero al estilo Hughes (ABC), mucho más profundamente superficial, podríamos decir que tanto las soap operas como los magazine se originaron en la radio y posteriormente se introdujeron, cual cirulo en los ríos autóctonos, en la televisión. Un aparato con potencial instructivo, emancipador e informador sin precedentes, pero que se usa básicamente para publicidad, entretenimiento y propaganda gubernamental. Eso sí, con el legítimo derecho que otorgan los capitales privados y la sorna vergüenza que genera la fuga de capitales públicos, sea para el nacionalismo catalán, para las operaciones cosméticas de Aguirre o los juegos metafísicos de la cadena valenciana; por suerte ya desparecida. Los magazine constan de tres secciones: política, sucesos y corazón; todas en formato tertulia, imponiendo una terminología que como dicen los chicos modernos de Pablemos: llega a la calle. La palabra quizás sobada, sobre-expresada y simplificada no es un accidente, sino el modo de ofrecer una única e infalible (envenenada) herramienta al pueblo para la crítica del todo social. El magazine ofrece más que una plaza púbica para verduleras y chismosas, un campo de entrenamiento físico (ausencia de la moralidad según kant), pues hablan y hablan sobre los mismos temas, en los términos ya planteados; durante horas y horas al día, durante semanas y durante meses. Se entrenan para degollar al vecino, al político de turno, a la folclórica maltratada o estafada por el marido, todo ello en una papilla exquisita de rumorología y divagación mediterránea, esperemos que bajo el fraseo del insulto y el taco nacional. En definitiva, al margen de distintas observaciones socio-políticas siempre oportunas, todo esto sirve para dos grandes placeres superficiales de la vida cotidiana: leer las columnas televisivas de Rosa Belmonte y Hughes en ABC e implantar una terapia o pedagogía de lo cómico, y disponer del tiempo libre de las señoras. Pues si algo muestra el share de los matinales magazine televisivos, es el tiempo libre del que dispone la gente sencilla, el ocio que consume y la imposibilidad de que la gente por sí misma se eduque o instruya; por lo tanto, que al menos se ría.

Nuestro país es muy dado a la tertulia de terraza, al parlamento entre calamares, a la siesta reflexiva tras el café político, a alargar la comida aderezada con buena y fuerte bebida para favorecer el fluir del verbo vivo y gallardo, entre horas de trabajo para dilatarlas y paliar su fatiga. Quizá sea una metáfora, y la verdadera realidad española diste un mundo, pero lo que es seguro es que la metáfora es performativa, pues la imagen regulativa de la televisión construye ese espectador y público, se dirige a esa edificación social que de igual manera, ficticia o no: "las ficciones - como bien dice Savater - también forman parte de la historia", operan y funciona como concepto y praxis política; con resultados y todo. Los magazine son meros entretenimientos, cierto;  son un negocio con ese único fin: el dinero, cierto; son mero espectáculo y juego de luces con la plasticidad y diversidad propia que permiten sus objetos, cierto también. Pero no olvidemos que construyen masas sociales y electorales, que programan agendas políticas, lanza al estrellato candidatos políticos (Albert Rivera en AR) y fabrican e inventan problemas o soluciones  ficticias que se establecen en la psicología cotidiana en la que todos vivimos; y los tornan en cierto sentido preocupaciones y angustias reales (véase a Maduro insultando a Ana Rosa; la reina de las mañanas). Las risas enlatadas, los aplausos cronometrados, los platós futuristas, los tertulianos y su lenguaje, no son ni tan inofensivos ni tan peligrosos como se piensa en ciertos despachos, pero claro está que para ciertos sectores son el único horizonte de realidad actual y potencial. Cuidado con los productos televisivos al estilo Tupper sex para señoras: Pilar Rahola, Rivera, Marhuenda, Inda, los podemitas, las "Tanias Sánchez" (el giro estético de esta señora es asombroso, de cuño masculino a princesita de barrio) etc. Pueden ser cosas, que como decía Julián Marías, ocupan tanto la televisión como nuestras casas; en tal cantidad y magnitud que su presencia hace que los acontecimientos reales: las desgracias, sean asumidos y relativizados con cierta indiscreción. No hay sitio para tantas cosas, las casas están llenas de cosas, imposibilitando cualquier mudanza. De la misma manera en la televisión vemos cosas y enanos virtualizados que aparecen hablando de una catástrofe humanitaria en las costas y acto seguido anuncia pasta de dientes, condones, o la última película para niños de Bruce Willis. Haciendo imposible delimitar ficción y realidad; donde todo lo que aparece cosificado se hace más tolerable e identificable que la realidad primera.  



martes, 9 de junio de 2015

La alcaldesa de Five Points

  



Esta semana el tema de conversación central de la sobremesa familiar del sábado ha coincidido, raramente, con el núcleo de la acalorada discusión, entre amigos y sus correspondientes vinitos, en las terrazas de las húmedas y bochornosas noches de junio barcelonesas, e incluso con uno de los temas de la comida del domingo con mi amigo M, y mi posterior aperitivo nocturno con L: el debate entorno a la reaparición de la redención cristiana en su forma política materialmente más ignominiosa; la tediosa Ada Colau. Dados los apoyos mayoritarios en mi entorno a la futura alcaldesa, aunque en algunos casos críticos y escépticos ante sus propuestas, mis argumentos en principio superficiales y estéticos en su contra, han tenido que reforzarse para poder oponer un correlato político a la narrativa cruda y lata que algunos interlocutores han querido escribir sobre un papel ya demasiado manchado por sus tautologías políticas. Resulta imposible luchar contra lo eternamente verdadero y bueno, contra la superioridad moral de los lavanderos de la agenda social, o interpelar a un producto televisivo espectral y virginal que ni siquiera pretende articular un discurso político, sino meramente social. Sin caer, ante todo ello, dados los nuevos relatos deportivos de la política, en el equipo ideológico contrario o en una dinámica de goles espectaculares de medio campo y entretiempos en los vestuarios de "haber quien la tiene más grande". Pues, si lejos estoy de la nueva izquierda cool y digital, más aún de los viejos discursos reaccionarios de la estabilidad, el orden y el crecimiento económico-social como paz, como ola que barre toda singularidad política o apaga toda chispa de emancipación respecto a la explotación económica (no política) que vivimos. Tan lejos que ni siquiera mi vida responde a ninguno de los arquetipos o estereotipos de la derecha sociológica española, a menos, que el gusto estético conservador por el cine negro, la historia de España (y Cataluña), el puro, el whisky, el cocido, el western, y los géneros literarios castizos (en periodismo, filosofía y ensayo) sean elementos de identificación ideológica.

Mi perspectiva, que defendí en todas mis conversaciones, en algunas con mayor éxito que en otras, consistía en no juzgar hechos espectrales, hechos virtuales o hechos que simplemente no existían. Pues no entiendo por qué a las ideologías light se les debe presuponer su buena voluntad (ininteligible), siendo su discurso mucho más real y vivo, más esclarecedor que sus nebulosas intenciones y sus proyectivos hechos; y lo más esencial: siendo la única referencia empírica que han introducido en el mundo. De este modo, no sé por qué atenerme a juzgar sus medias cosméticas todavía no realizadas, y menos aún, hacerlo presuponiendo su moralidad intachable. Su discurso:  un batiburrillo de elementos insufribles de barrio verdulero que nada tienen que ver con las organizaciones civiles espontáneas de las que hablaba Tocqueville en América; que sí eran políticas. Pues su objetivo era la libertad, y ahora el objetivo es una especie de representatividad directa abandonando el pulcro y preciso  rigor del tecnicismo americano. Centrándome así en su discurso, el descrédito que merece no es mayor que el de los conservadores, cierto; pero la arrogancia del que no tiene pasado y la petulancia del que se considera sencillo y común, de abajo o de su casa, auto-identificando con ello a lo que podríamos llamar con imprecisión "la izquierda", me resulta casi tan provocativo como la advertencia, para poner cachondos a los de su quinta, que realizó en El País: "Desobedeceremos las leyes que nos parezcan injustas". Donde parezcan es la estrella rutilante y la muestra efectiva de su inconsciencia ideológica (subjetivismo rampante) y falta de sentido común. Alguien que debe representar la ley (los presupuestos de la razón según Kant) pretende desde su propio interior erosionarla, pretende contradecir su propia función y trabajo, que es mantenerla por encima incluso de sí misma, su voluntad y su capricho. La ley (formal) debería impedir que nadie pudiera usurpar su propio lugar, y ejercer la razón de estado al estilo Five Points (Gangs of New York; Scorsese). El problema no reside en el acto de saltarse la ley en tal o cual asunto, debería mirarse; sino al hecho de poseer tal facultad o capacidad de modo arbitrario. Mucho menos justificado está tal ejercicio cuando se trata de cuestiones menores y no de clásicos problemas del marxismo: la propiedad o el trabajo; que por un lado quedarían lejos de las competencias municipales, y por otro, serían imposibles de plantear en la teología del dinero actual, como diría Agustín García Calvo.

Otra de las facetas de su exiguo discurso es su promiscuidad con la "expresión", su activismo casi adolescente por "ampliar los espacios de expresión ciudadana" ¡como si la gente no se expresara lo suficiente! Algunos creemos que demasiado y con demasiada gratuidad; ya sabemos que las opiniones son gratuitas, de ahí la falta de pedagogía: disciplina e instrucción en las mismas. La expresión debería ser un acto de recogimiento silencioso, un diálogo en privado con amigos, un acto inevitable no siempre deseable del metabolismo lingüístico. La necesidad de tener que decir siempre algo, cualquier cosa, a todas horas y a cualquier persona, demuestran la falta de atención y cuidado que todo discurso requiere; revelando su concepción exhibicionista y excéntrica de lo público. Molestar al viandante medio con performance expresivas en las grandes vías de Barcelona es por supuesto una consecuencia del aburrimiento, pero sobre todo, de las mitologías políticas que constituyen su ideal de sociedad: informativa, expresiva, personalizada, transparente, popular... Curiosamente todos ellos con ese aspecto colectivizado y masificado terriblemente capitalista del que algunos tanto huyen y del que los runruneros tanto se enorgullecen. Por lo tanto, a nivel ideológico no considero su propuesta ni de izquierdas, ni racional (ilustrada en sentido kantiano), ni una alternativa a la unidimensionalidad y virtualidad televisiva, ni una subversión de las categorías políticas socialdemócratas. Más bien un discurso vacío y soft que pretende agrupar damnificados y afectados, más que articular una asociación o agrupación emancipadora. Y precisamente por eso, por su discurso del vacio, es tan importante aparecer con un traje moral entallado y a medida; pero contra lo que se cree, no hay nada moral en lo suyo; como máximo la moralidad le alcanza para lo que dejó escrito McLuhan: "La indignación moral es la estrategia que usa el idiota para dotarse de dignidad". 
























sábado, 6 de junio de 2015

Notas a pie de página



Notas minúsculas, en cursiva, fugaces, recortadas, discretas, de pluma evanescente, pero descarnadas en todo caso, sobre lo público, es lo que vengo a escribir. No a expresar, palabra manida y sobada, masturbada incluso en nuestra sociedad por los guardianes de la accesibilidad y los enemigos de la mera movilidad. Se pretende que expresen hasta las piedras, su manera de vivir, de ser y de sentir, de ver el mundo, deben ser representadas de algún modo necesariamente balsámico y en algún tipo de pluralismo exótico. Parece una locura, pero con los animales también (me) lo parecía y miren ahora... Los perros hablan, sienten y padecen, se visten mejor que yo, comen mejor que yo, incluso las mujeres los manosean sin exigencias, sin preguntarles impertinentemente por la depilación, les besan con lengua sin tediosas primeras citas hablando de lo que menos interesa: de ellas; les lavan incluso las p... Bueno, a lo que iba; algunos apuntes sobre la sanidad pública (personal), en términos socialdemócratas, podrían acarrearme problemas, dado mi carácter y temperamento siciliano, con los no muchos lectores de este espacio textual (decir virtual me parece demasiado cursi) que pudiesen sentirse maltratados por mis palabras. De tal modo que mis impresiones generales, mis notas a pie de página de la sacro santa sanidad pública irán más pronto referidas a la nube borrosa y difusa que configuran sus usuarios o consumidores, si se me permite la fraseología capitalista. Pues durante estos días he tenido que estar en contacto con ese público, soportar la promiscuidad verbal de los pródigos familiares y acompañantes de enfermos y residentes de hospitales públicos. De visitas a planta, a curas, a revisiones y demás... He podido configurar un esquema de impresiones generales sobre cuál es la concepción y la gestión que el bestiario ciudadano tiene y hace del espacio público, de los servicios públicos y de su significación y actualización. Pues en potencia o teóricamente podrán tener la figura que sea, mientras que sólo en la inmediatez de la contingencia de la realidad se conoce operacionalmente y funcionalmente el espacio público real. Que es como verdaderamente hay que juzgarlo: según sus resultados y resoluciones prácticas concretas y no según formulaciones propagandísticas gubernamentales, siempre cosméticas, o lo que ahora es peor, la aceptación de la leyenda negra del populismo de agenda social, siempre apocalíptico.

Kant hablaba en la Pedagogía de las tres facetas esenciales de la educación práctica: la que guarda relación con la libertad, la autonomía que enseña al hombre a ser libre y singular. Esas tres facetas: la instrucción (habilidad escolástico mecánica), la prudencia (pragmática) y la moral (libertad); deberían ser los únicos dogmas educativos que impregnaran el espacio público como fines, es decir, obstáculos pedagógicos para la mayoría de edad tan repetida por Kant; a poder ser sin espíritu deportivo y sus biparticiones implícitas: vencedores o vencidos. Más bien lo veo como un espacio ilustrado, y como muy bien dicen Adorno y Horkheimer en el inicio de su Dialéctica de la Ilustración"La ilustración en el más amplio sentido de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores [...] el programa de la Ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la imaginación..."  De este modo se pretende acabar con el sentido literario de la vida, con el sacrificio de la libertad y la responsabilidad moral, cedida siempre a terceras entidades supra-humanas, un gran hermano que cumpla con todo, a cambio de obediencia y seguridad. Pues bien, la mayoría de los individuos que observé en el hospital, salvo en contadas excepciones, en sus múltiples roles y papeles, demostraban una total indiferencia, o lo que es peor, ignorancia, sobre la instrucción, la prudencia y la moral que requiere el espacio público. Estos usuarios del hospital, concebían el mismo como un almidonado ambiente hogareño, de calor humano y comprensión de caprichos y deseos, justificados o no por su situación. Pensaban en un espacio acolchado, aclimatado, confortable, fraternal, adaptable a taxonomías anímicas particulares. Con un sentimiento de la propiedad aristocrático, inmovilista y acartonado. Nada que ver con lo que realmente es - no como debería ser, de momento ya esta bien así -  un lugar hostil, incómodo, ruidoso, molesto, fatigoso, incluso en ocasiones anti-estético. Y precisamente por todo ello, un lugar perfecto para la pedagogía; no en un sentido terapéutico o psicológico, sino genuinamente kantiano, ilustrado tal vez, sin entrar en sutilezas y matices críticos. Un espacio pedagógico en sentido material y no gubernamental, es decir educativo en si mismo, en su estructuración física y fisiológica, pero no como herramienta pedagógica para otros individuos, gobiernos o entidades que de él hacen un uso ad hoc. El ánimo de aquellas gentes avaras respiraba por entender lo público como regalo, como propiedad, algo acabado, definido, cerrado y asequible a todos con la facilidad con que se compra un producto en un supermercado, simplemente por el mero hecho de contribuir a su edificación tributaria. Olvidando así su carácter (no me gusta hablar de esencialismos) técnico y moral; más cercano a una praxis no terminada, un proceso inacabado de educación moral permanentemente exigida y exigible. En definitiva, una pedagogía para la libertad ciudadana.


Josep Pla decía: "[...] la vida es bastant entretinguda i el món exterior no és ni avorrit ni alegre, sinó totalment indiferent  a la nostra pressència - el món exterior és davant de l'home, totalment distret -, l'estridència que té avui l'avorriment està en el cap de molts homes i dones. Són homes i dones que tenen el cap estereotipat [...] el que no es pot areglar es el pensament estereotipat, monòton, ploricós i exhibicionista. No li sembla a vostè? [...]". Tres ideas que representan las tres mayores faltas de nuestros queridos usuarios ( derivadas de la incomprensión pedagógica), siempre virginales, hacia lo público: el tedio y aburrimiento de la gente; la no comprensión de la indiferencia o distracción del mundo respecto a nuestra presencia y caprichos; y el lloriqueo o condición de llorica. Durante las dos horas largas que estuvimos un familiar y yo, esperando la ambulancia en el hospital para volver a casa, no vimos a ninguno de los individuos que me hacía la existencia insoportable: ingenieros, periodistas, un economista y un ejército de viejas - se ve que al esperar, hay que contar las glorias de la vida privada a la inocente víctima de tu derecha - , tener la gallardía de dedicarse a trabajar, informarse, o pensar (aunque sea en lo más banal; en lo superficial esta lo profundo dice Pla). El único que doblaba las páginas de varios diarios, que subrayaba  las páginas de un libro cualquiera, era un hombre medio, o sea, yo. Algo que cualquier ser racional hubiera aprovechado para ocuparse en algo, hacer algo, en definitiva no aburrirse. Otros lo dedicaron al seguro vicio victorioso del tedio; a aburrirse como ostras, ocupando todos los espacios de silencio, ciertamente incómodos pero estables de lo público, en quejas, lamentos, lloros, espantos, horrores intrascendentes y miserias privadas. Ni siquiera el discreto juego de rellenar los espacios vacíos del sudoku sedujo a ninguno de los coléricos colegas de ambulancia, para dejar de berrear y ponerse a trabajar, aunque sea precariamente. El aburrimiento les conducía inexorablemente al lloriqueo y al victimismo, al deporte masivo del insulto sanitario, ignorando por completo que para la vida y el mundo, crudos y agrios como lo que más, les eran totalmente indiferentes e insignificantes.

Como puede verse, aproveché (muchos lo harán mejor que yo) con mayor o menor gloria las dos horitas y pico de espera; muy razonables por otra parte.  Desesperante no por lo público, sino por aquellos que no saben apreciarlo, que no saben estar ni ética ni estéticamente en él. Pues lejos de la capacidad  de trabajo más asombrosa que jamás haya visto de mi amiga C; y la dignidad ante la vida más radical de mi amiga R; esos individuos se dedicaron a la charanga más absoluta. Por lo demás, el enfermo curado, su acompañante atendido, y la convicción planiana del aburrimiento y el tedio universal de la gente sencilla o del bien común.










lunes, 1 de junio de 2015

La palabra señores... O sea, la higiene señores...



La "plazuela intelectual" que es el periódico era su recreo filosófico; periodismo y filosofía eran dos momentos de un mismo proceso productivo, un contenido adulterado expresado en la forma almidonada más próxima al público y al mercado. Su fogonazo verbal y los ritos de apareamiento de sus palabras revoltosas, verdaderas perdigonadas, eran su carta de presentación: animosa, gallarda, engatusada, irónica y por qué no decirlo, elitista. Provocadora para propios y extraños. Pues su postura, aunque muchos la hayan tildado de oportunista o tercerista, siempre mirando de perfil; realmente era incómoda, al menos en cuanto a los meandros de la pluma se refiere. Lejos de los intelectuales de corte real y de tallo vidrioso, siempre estuvo más cerca (en tensión) del edulcorado hombre medio liberal (republicano), reacio a los cortesanos y más soberbio incluso que los intelectuales; declaradamente escéptico frente al intelectual de periódico. Ciertamente era un hombre académico en sus andares, aunque su retórica aúlica rebosaba visión más que mastines teóricos; su escritura, forjada en el papel de las rotativas, prefería la frenética vida de la fresca columna, antes que las tristes y quejumbrosas lecturas de polvorientas y oscuras bibliotecas. 

Ortega era un maestro amanerado y engolado de la palabra; ratio de la higiene personal, que no sólo depende de los horarios de ducha familiar, siempre que se habla de familia se habla de los efectos de un regimiento, en términos cualitativos más que cuantitativos. Sino que depende de los actos de pureza en el habla, en el caso infantil, y de la sobriedad balsámica del escribir maduro. De estilo algo empalagoso y perogrullesco, no falto de elegante soberbia, su prosa era demasiado dulzona tanto para analíticos como literatos; propia de los restaurantes castellanos de cochinillo y helado. Aunque era lo suficientemente inteligente como para priorizar lo artístico a lo técnico, y no enajenar al lector de mercado con mareas especulativas o curvas lingüísticas al estilo hegeliano. El palpitar del artículo y el Pathos  inmediato de lo real le obligaban a una musicalidad castiza, irónica y sarcástica, de fácil digestión y fructífera sobre-producción. Pastoreando así al lector hacia un sólido y agradable monte de claridad y sencillez, de ágora pública, de diálogo y discusión, donde los temas cotidianos, esos que conforman la realidad radical de nuestra circunstancia, eran cuestionados con sentido cómico y pulso de cirujano. Ortega entendía que la razón era la luz que debía iluminarlos y deslindarlos, pero no una cualquiera, como la plancha razón mecánica del racionalismo recalcitrante del XVII-XVIII, geométricamente instrumental y herméticamente esquemático. Sino una razón viva e histórica, una Razón vital, entendida en un doble sentido: la razón como una función vital más, y  la vida como función de dar razón. Una concepción orgánica, concreta e integral de la razón, cuya industria es la propia vida, y su laboratorio la experiencia de la misma; y no sólo las cosas y problemas objetuales de la trastienda académica, en ocasiones más cosmética que real. 

De la misma manera entendía el lenguaje; lejos de ser una pieza de engranaje de un macro-complejo intelectual, de un sistema arquitectónico inerte e inamovible; el lenguaje es la posibilidad viva y flexible de un permanente diálogo (adaptabilidad) con la circunstancia histórica. Lejos de tener solamente una relación operacional con el lenguaje, éste constituye en el hombre una función vital, de orden tan primitivo y natural como el respirar, el ver, el calentarse o el comer. Una necesidad o puro acto de supervivencia y adaptabilidad al estilo del nietzscheanismo lingüístico. No por ello resulta ser más sencillo y simple, más al contrario, esto significa que su codificación y traducción inteligible, requiere de métodos más frágiles e inestables, más sublimes, casi estéticos, que el camino (in)seguro de la ciencia maquínica. Pues como dice Ortega: " Sirve bastante bien para enunciados y pruebas matemáticas; ya al hablar de física empieza a hacerse equívoco e insuficiente. Pero conforme la conversación se ocupa de temas más importantes que ésos, más humanos, más reales, va aumentando su imprecisión, su torpeza y confusionismo". Siendo así el lenguaje, más que un instrumento objetivo, un instinto natural, un instinto subjetivo, en el cual, tanto hablar como escribir suponen una operación mucho más ilusoria de lo que suele creerse; relativa a cada individuo o grupo (étnico) de individuos. 

Definimos el lenguaje como el medio que nos sirve para manifestar nuestros pensamientos, e incluso para ocultarlos y mentir, para llegar a entendimiento. Pero Ortega se pregunta lo siguiente en Prólogo para franceses, el prólogo para la nueva edición francesa de La rebelión de las masas"¿No es sobremanera improbable que mis palabras, cambiando ahora de destinatario, logren decir a los franceses lo que ellas pretenden enunciar?" Poniendo de relieve (al margen de consideraciones etnográficas, por mi descartadas), que en dicha definición, no atendemos a lo más importante: que lo más peligroso de aquella definición es la añadidura optimista y virginal con que solemos escucharla. Como si el lenguaje fuera puro e higiénico de por sí, como si no poseyera un verso y un reverso, este último tan séptico y oscuro como el más hondo de los pozos humanos; que consiste en la inadecuación entre pensamiento y expresión. El hombre cuando se pone a hablar lo hace porque cree que va a decir adecuadamente cuanto piensa. Pues bien, esto es lo ilusorio. El lenguaje no da para tanto; siendo para el hombre en ocasiones, imposible entenderse con sus semejantes, comunicarse con sus nítricos interlocutores, o acceder al indecible prójimo. Todo ello se debe, no a un defecto del lenguaje, a un vicio o error de la estructura instintiva del lenguaje, sino a una falta de ecología, de ética medioambiental; a la desatención de la administración económica del del lenguaje, y a su abandono contable. Una contabilidad que no sólo debe tener en cuanta el cómo se dicen las cosas, sino el "a quién" se dicen. Se olvida con demasiada facilidad que la inadecuación entre lo pensado y lo expresado, no se debe a un desajuste interno, una avería interior, sino a la euforia narcisista de atender al algo que decir y no al alguien con quién hablar, un alguien a dirigirse. Ortega prorrumpe:  "[...] Todo auténtico decir no sólo dice algo, sino que lo dice alguien a alguien. En todo decir hay un emisor y un receptor, los cuales no son indiferentes al significado de las palabras. Éste varia cuando aquellos varían. Duo si idem dicunt non est idem ( Si dos dicen lo mismo, no es lo mismo). Todo vocablo es ocasional. El lenguaje es por esencia diálogo y todas las otras formas del hablar depotencian su eficacia [...] Se ha abusado de la palabra y por eso ha caído en desprestigio. Como en tantas otras cosas, ha consistido aquí el abuso en el uso sin preocupaciones, sin conciencia de la limitación del instrumento. Desde hace casi dos siglos se ha creído que hablar era hablar urbi et orbi, es decir, a todo el mundo y a nadie en particular. Yo detesto esta manera de hablar y sufro cuando no sé muy concretamente a quién hablo [...] "

Esta tesis de Ortega, que sustenta la exigüidad del lenguaje y la incapacidad del radio de acción eficazmente concedido a la palabra, escrita o hablada (Ortega no distingue), se muestra como la única forma en la que no se produce la inversión de la definición o finalidad del lenguaje: la de no entenderse a través de la expresión o la comunicación del pensamiento particular. Sólo puede darse en forma de diálogo, nunca en el soliloquio, el monólogo o el mitin. El diálogo es la implicación de dos Logos, de dos razones que se dicen mutuamente; y por lo tanto, la exigencia de un equilibrio o economía libidinal, una ecología de la palabra y una higiene en el discurso. Todo ello se obtiene seleccionando a los interlocutores, los lectores, las lecturas, los mensajes y los discursos, en aceptables o inaceptable, en válidos o inválidos, en racionales o delirantes etc. Una contabilidad y administración que no sólo ejercen los responsables lingüísticos, que dice Adorno, en el hogar, en el seno familiar, sino en la salubridad política y cultural de sus circunstancias. Un acto de higiene pública que en la Barcelona runrunera y folclórico-nacional es un verdadero acto revolucionario de subversión.