viernes, 23 de marzo de 2018

L'ou de la serp (XXXII): Orden y Justicia

  • Goethe, como buen clásico inagotable, explica nuestro presente mucho mejor que las embotadas ideas de los medios de masas: reflejo de las ruidosas y sofocantes calles, nutridas, con la impotente rabia nacionalista; esa carcoma eterna y voraz. Era, es, dice el escritor, preferible la injusticia al desorden, por lo tanto, es preferible el orden a la justicia (y yo añado: porque la justicia, total y armónica, es una aporía inadmisible). La perfecta descripción de la roma lógica de Estado, del mochuelo policial, y de la miseria moral, que como el viento, sopla y endurece el mundo. Para bien o para mal, los responsables de administrar y ejecutar el ignominioso monopolio de la violencia, las fuerzas de seguridad, defienden el llamado "orden" social, económico e institucional establecido, de cualquier amenaza, sea legítima o ilegítima, razonable o arbitraria, bondadosa o maligna. Su acción y mandato, su máximo imperativo, obedece al más puro pragmatismo orgánico: la supervivencia apologética del Estado y los privilegios discrecionales que establece y reparte por definición sobre capas sociales susceptibles de su gracia: la futura, útil y nefasta, élite. Moda es, la impugnación moral, la macro condena metafísica, de los cuerpos policiales cuando van en contra de nuestros intereses ideológicos y materiales, cuando buscan suprimir categóricamente o parcialmente nuestras ilusiones, anhelos o espejismos políticos; moda también, adorarlos y rendirles culto benévolo y monjil cuando los protegen y aseguran con esa fuerza mezquina del verdugo que protege a su opulenta familia, su hacienda y su vida de sangre, de la furiosa venganza de la víctima. La comprensión nos libera del culto y la condena, de la adoración y la demonización, y nos devuelve el grandioso tesoro, aunque escaso y precario, de la búsqueda de la verdad, una aproximación a una mirada objetiva e irrenunciable de los límites y condiciones de la realidad. La policía actuará necesariamente a favor del orden, sea cual sea este, el de un orden democrático represivo o el de un orden tiránico permisivo, y, radicalmente, furibundamente, en contra de todo desorden justo o desorden injusto. Sitúense pues los nacionalistas, ahora que encierran con gusto y sorna a sus dirigentes, en este mapa marcado y viciado antes de entregarse puerilmente e irresponsablemente al cultivo de los caprichos macabros, o a fomentar el sádico entusiasmo vano y necio del niño rey, del hijo dios.   

sábado, 17 de marzo de 2018

L'ou de la serp (XXXI): Encapuchados bajo la ventana

Las plantas, de un verde hipnótico y un violeta arrebatador, golpean insistentemente la ventana, ¿estarán avisando? Hace un viento inusual, no es violento, ni hostil, no prepara la espera, no anticipa nada. Los tímidos rayos de sol atraviesan con dificultad el incierto gris oscuro de las nubes, el cielo parece cargado y tupido, una densidad acumulativa. La pequeña calle, apagada, pertenece a un barrio tranquilo de clase media y trabajadora. Hoy, de un color opaco, con un silencio inquietante, casi se oye el zumbido y la vibración de los cables de la luz eléctrica y el aleteo de las palomas contaminadas colgadas en ellos, y su picoteo para acicalarse las sucias plumas; exagero, pero hay demasiado silencio, la acera vacía, los coches ausentes, las persianas bajadas, no hay nadie, nada. Escribo. Fumo. Miro por la ventana mientras tomo el café. Es la primera hora de la tarde, de todas las demás. Es muy agradable. Al rato y a lo lejos empieza un murmullo incesante, un revoloteo de insectos en plaga, pide romper la armoniosa continuidad del día y las horas, es intermitente pero progresivo, el volumen sube cada vez más, callados, de golpe gritan: "¡Maricón, al maricón, al maricón!"... No me doy totalmente por aludido... Siguen..."¡No va borracho, no, borracho no!". Es extrañísimo. Incomprensible. Me asomo, sorprendido por la grosería estoy irritado, airado, no me dejan seguir concentrado y relajado. Son unos muchachos desolados. Es incómodo, van dando tumbos: la voz bronca, retorcida, acartonada, seca, indica una agresividad reprimida, una incapacidad notable para el lenguaje, una especie de afrenta al vacío y a todos, un aire de provocación, de disputa; irascibles, ¿andarán buscando bronca?  El maricón ocasional, y exquisitamente selectivo, les mira enojado, firme, están entrando en la calle, ¡en su calle! Es corta, delgada, disponible, casi virgen en estos asuntos. Me ven. Gritan otra vez: "Ser patriota, no es un delito, ser patriota, no es ningún delito" Empiezo a entender. Son tres, no, espera, cuatro encapuchados, todos van de intocable negro, una oscuridad desafiante. Dos, llevan pasamontañas y capucha, el tercero, pegado a la pared, es un bulto gordo sin cabeza, el cuarto va con una gran bufanda y unas gafas de sol grandes, parece una de esas moscas de ojos rojos en rejilla y culo marrón transparente que vuelan borrachas hacia la mierda y se friegan las finas patas con ella, degustándola. No paran de gritar sus estupideces, sus ordinarieces patrióticas, emiten gruñidos oscos como bestias, no parecen estar furiosos, sólo festivos, al modo de la festividad que ritualiza y sacraliza la agresión. Son groseros, casi obscenos. Son nacionalistas, esos perros. No veo banderas, pero hay algo, un canturreo, de "Español, español, español". Saben que hay alguien asomado, saca la cabeza entre las petunias. Le miran, se ríen, uno de esos imbéciles aplaude descordinadamente, al modo y ritmo retrasado, casi se van, giran la calle, cuando... Lo pienso. Dudo. Pero. Ni de coña, eso no va a quedar así. Estando en el piso, ellos no pueden partirme la cara. Es el momento absurdo. Soy yo, a pecho, gritando: "¡sinvergüenzas!, ¡analfabetos!, ¡imbéciles!, ¡mamarrachos!". Se giran, vuelven a entrar en la calle, sólo dos, uno flaco y la mosca. Ya estoy en el barro. Soy uno de esos cerdos. Chapotean, gimen, tonos agudos, estrepitosos, gorrinos hediondos disfrutando del festín. Me doy cuenta. Soy su alimento. Uno, con su dedo, acaricia su cuello simbolizando mi decapitación. ¡Vaya! Le mando besitos, y enfurece todavía más. ¿Qué estoy haciendo? Yo no soy carnaza de nadie. Me retiro como una vieja tras el cuchicheo. Al rato, sorprendentemente corto, se van. Oigo a lo lejos: "Español, español... no hay nada malo... patriota... ea, ea, ea...". Ha sido breve. No es para tanto. Ellos seguro que están espléndidos, orgullosos, han salido más altos y más guapos del griterío. Me avergüenzo de mi mismo, de mi mortalidad e insignificancia, soy algo pequeño, ridículo, ante la inmensidad del mundo y su indiscriminada malversación. Todavía más achicado si se piensa en el sentido moral de la criatura humana. Hoy, sí, hoy y otros tantos, días perdidos, han quedado una ética y una estética espachurradas. Me gustaría ser Ley y castigo por un día, su limpia, límpida, contundente, impoluta, anónima, total, pedagógica represión... ¿Pero qué digo?... Nada.

¿Cómo puede ser que en un acto para intentar evitar la absoluta impunidad e indiferencia del mal, su omnímoda libertad, su irracional omnipotencia sin contrapartida, sea yo el pasto, el alimento, la carroña? ¿Cómo puedo ser yo el embrutecido? Entiendo. Hay que estar limpio previamente para embrutecerse. Bien está. Curioso animalito sucio y apestoso el nacionalista. A partir de ahora llamaré uno por uno a mis amigos, o amiguitos, nacionalistas (catalanes) para que vengan a ver la escoria que han desatado, que se encaren ellos, entusiastas, simpáticos y enfermos, ante sus enemigos, sus dobles, su reflejo más crudo y descarnado, y no yo: contra todo, contra todos.

jueves, 15 de marzo de 2018

Angustia

La angustia es un concepto fetiche de la helada tradición metafísica más poetizante. Debo liberarme y liberar al lector, en la medida de mis humildes posibilidades, de sus formas más sentenciosas: el dogmatismo metafísico y ese sectarismo poético. Y caer en lo prosaico, golpeando como un auto de choque. A mí nunca me han impactado esos deslumbrantes destellos o fogonazos petrificantes del fondo del abismo existencial, quizá antes que embelesarme en el vacío o la nada, me ha dolido la barriga como arponada, retortijones y temblores de las vías intestinales, desplome de la pared estomacal, contracción arterial, dilatación del orificio rectal, arrugamiento de las extremidades, dedos como pasas pochas, deshidratación facial, depresión pectoral y pulmonar, pechos mustios y nalgas gelatinosas, orejas flácidas y ojos humedecidos, hinchazón mocosa de las fosas nasales, un olor a nardos podridos; os lo aseguro, nada excitante ni purificador. A un nivel puramente físico la angustia se presenta como un reblandecimiento del estómago, un debilitamiento de las carnes más duras, almibaramiento de los músculos, derretimiento de los cartílagos hasta dejarlos como la grasa epidérmica que segregan los muslos de pollo ante el fuego. Del cuerpo como un bello y solitario bloque de mármol, duro y frío, paso a un cuerpecito gominado, dúctil, empastado, un saquito de piel seca y carne deshuesada, despeluchada, en que a cada movimiento siento el apelmazamiento de las vísceras, la rebaba de los órganos, un sudor interno que hace todo resbaladizo y asqueroso. La angustia es indefectiblemente un progresivo proceso de reblandecimiento corporal antes que una posición drástica y estetizada de la vida del espíritu; es un pedorreo orgánico, una liberación de gases ante el miedo. Si eso lo produce la incertidumbre que proyectamos performativamente hacia el mundo a través de la inestabilidad de nuestras relaciones, eso es ya, otro cantar.  

miércoles, 14 de marzo de 2018

Lectura lumínica

¡Quia! No es la primera vez que termino un libro y me sorprendo de mí mismo. De las nuevas manías en la lectura que sustituyen a las ya viejas, cochambrosas e inoperantes. A unos días del espléndido Coetzee, aún se me presenta erguido y noble con su desafiante Escenas de una vida de provincias, que Clàudia me regaló bajo ese tubo de luz amarilla que atraviesa junto a la impetuosa memoria, todas nuestras grandes noches. Releo algunos fragmentos extensos marcados con esos ridículos papelitos plastificados de colores, cursis y fosforitos. Cada página, seleccionada o no, tiene su andamio hermenéutico; tiene superpuesta físicamente mi lectura como exoesqueleto: subrayados, redondeles, crucecitas, anotaciones en los márgenes. Mis huellas, señales, marcas, están escritas gráfica y materialmente a trazos del fino hilo de carbón 0.7mm del portaminas plateado CROSS. Todo es relevante y sorprendente, parece, en la fetichista liturgia de un joven y encandilado lector. Repaso mi escrutinio minuciosamente, ¡y qué diablos he leído!, hay una furiosa revelación de lo nuevo en lo viejo, un libro recién inaugurado en el ya consumido, que se despierta casi insolente; malhumorado por haber olvidado en aquellas inmaculadas páginas, sin negros trazos de mina ni sombras carbonizadas de la yema de los dedos, fragmentos verdaderamente imprescindibles que proporcionan una lectura lumínica. Pero qué voy a decir al lector de este cuaderno que no sepa o no intuya ya sobre las experiencias íntimas más intensas: nunca son unívocas ni unilaterales. Efectivamente, sí, siempre hay un dos en uno (como en el amor), hay una amplia polifonía en cada buen libro, es una imparable muñequita rusa fractalizándose al modo brillante y gracioso del folklore. No puedo sentir remordimientos. Leo concienzudamente los libros, con extenso y vasto tiempo a mí disposición, con una franqueza y sinceridad en su interpretación, con un rotundo gusto desinteresado, muy alejado del cinismo inherente a la ortodoxia derivada de la academia, donde parece que el libro (y la supuesta lectura) es un pretexto para ensalzar sus hiperbolizados egos y rentabilizarlos en la carrera profesional de la administración y la burocracia. Yo los leo bien. No es negligencia, ingenuidad, claudicación, ni distracción, simplemente un movimiento estético de coquetería  (esa simultanea entrega y ocultación) de la propia obra. Siempre hay una parte sumergida que se nos ocultaba, invisible a una primera lectura, de tal modo que tras la cuestionable y mejorable práctica del subrayado, tenemos un libro asumido y agotado, y otro necesariamente en blanco, virgen, inexplorado, dispuesto a ser leído casi por primera vez. A lo que me pregunto ¿para qué subrayaré los libros, si a cada marca dogmática le acompaña la ocultación de otra igual de importante?, ¿para qué conformar todo un aparato de prácticas, estrategias de lectura, tácticas, si resultará precisamente el modo más eficiente y frío de enterrar aquello que tiene de ardorosamente vivo un libro? Especialmente cuando se trata de un libro de literatura tan poco literario, cuando se escribe como se piensa y no se escribe como se escribe.


domingo, 11 de marzo de 2018

El cabrón de Ernest.

No dejo de pensar en lo de Hemingway y su mala puta, la literatura española, pero llanamente la literatura en sí, la literatura universal. Al preguntar a Barral, en los arrabales de la creación, impugna sutilmente con su irónico y enérgico tono, descreído pero resentido, su propia vida. Y su caso fue un éxito envidiable, aunque en muchos momentos, desmedido, puerilmente mitificado y lleno de mentiras. Todo ello se sobrevive porque entra dentro del deslumbrante juego, en ocasiones también humillante, de las compensaciones más o menos sublimadas del arte. No cuesta nada imaginarse a ese enorme hombre enamorado y alcoholizado, colérico y apasionado, de contundente barba blanca y feroz mirada animal, desfallecer en un arrebato de entusiasta frustración literaria. Maldiciendo a la literatura como maldecía a las mujeres hermosas; ante él, desnudas y zumbonas como las palomas. Porque esas quejas solo se dirigen a la belleza y su incalculable valor, al desorbitado precio que se pagan. Igual que un pescador maldice la mar por lo que ha sido y ha hecho de él, carne perlada o huesos de coral; la maldice porque la ama, donde hay amores que queman y arrebatan, que al fin, matan. El gran problema de la vida en general es justamente esta cuartelaria filosofía de la compensación. ¿Puede una vida escapar al descorazonador y azaroso juego del sacrifico y sus compensaciones?, ¿puede un hombre, y su literatura, allí donde se juntan el grito y el susurro, impugnar la vida sin levantar un falso testimonio sobre ella?, la mala puta!

miércoles, 7 de marzo de 2018

L'ou de la serp (XXX): Un hombre y ningún periódico

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Es realmente, y bajo todo punto de vista racional, incomprensible. Entiendo que los mozos de escuadra, que son la policía privada de los nacionalistas, no comprendan la mentira patológica de sus dueños, y que por eso, con su estrechez de miras, no tengan como objetivo encontrar la verdad de las cosas. Incluso llego a entender los extraños y desagradables efectos que ocasiona en sus jorobadas notas la mezcla de su ignorancia y su testosterona congénitas con el hecho de sentir orgullo ante sus mamás por llevar armas, lo entiendo y les compadezco. Entiendo también que los periodistas de El Mundo no lean a Primo de Rivera ni sus pesadas y extensas obras completas, con su pulgosa letra, su polvo incrustado, sus manchas de grasa y sus pequeñas cagaditas de mosca a cada página. ¡Pero que no me lean a mí! que se lo doy todo masticadito, que escribo muchísimo más sintético que él, objetivamente mejor, y sin una niebla de azufre en los ojos, es más que, desde cualquier sensibilidad e inteligencia media, inexplicable. Algo imperdonable, si se tiene en cuenta que estos fétidos huevos los escribo para que ¡incluso los nacionalistas! puedan entenderlo, puedan reeducarse y puedan rehabilitarse.   

lunes, 5 de marzo de 2018

Notas sobre el perro y la vergüenza (I)

Quiero explicar la ira y la desolación del depredador herido, ese momento excepcional y enfático en el que el cazador es apresado. Invirtiendo todas la reglas de la lógica litúrgica de la dominación de las bestias y las fieras. Y lo quiero contar bien, desde el principio...  

En la medida en que aquello que se es y se siente se expresa, cualquier ser vivo es capturable. Hombres y animales son igualmente susceptibles de ser devorados, destruidos, depredados, de convertirse en miserable material de prensa; ya que al existir, necesariamente tienen que aparecer y exponerse. El cazador, es el que conoce los límites de la ritualización y la ocultación de los demás, de todas las posibles, soñadas y deseadas presas. Los hábitos, costumbres, los esquemas de repetición, las constantes en el comportamiento en cualquier circunstancia previsible, son la liturgia esencial del alimento del cazador. Si alguien no ritualiza, si la supuesta presa actúa sin parámetros, sin cansina rutina, arbitrariamente y sin orden preestablecido, si cada vez que le llega una circunstancia la toma por original y la piensa de nuevo bajo el impacto de lo inesperado y con innovadoras y cautivadoras conclusiones, entonces deja de ser presa, pierde la vulnerabilidad y fragilidad inherentes a su condición. Desbarajusta la precisa ceremonia de destrucción y rigurosa devastación del cazador. El fundamento de la caza es el ritual del cazado. ¿Por qué caen los vivientes en rituales y ceremonias? Por la ingente cadena de causas y efectos imprevisibles, ilimitados e incontrolables que precede y sigue a cada acción. Porque no sabemos la cantidad ni la cualidad de poderes que ponemos en marcha, ni de identidades que se ponen en juego, cada vez que hacemos u omitimos una acción. Entonces, con un gesto de humildad que al mismo tiempo es un gesto de sumisión ante el depredador que nos acosa y acecha nos conformamos con ser apresados y cazados, con tal de no meternos en el terrible berenjenal que es pesquisar las consecuencias de nuestros actos, pensar qué estamos haciendo y porqué; cuestionarnos su significado y el peligro que supone su incesante repetición. La fijeza de las costumbres del animal humano no es más que un signo de pereza intelectual, de degradación y decadencia moral, un síntoma de esa perversión estructural que hace de la norma y la regla el modo de supervivencia a la vez que nos impone un destino mortuorio: convertirnos en ofrenda sacrificial para alimentar el sistema del cazador y el cazado. Del hecho de que no somos capaces, o no nos da la gana, en cada caso, sopesar qué estamos haciendo, ni pensar críticamente sobre la indecente previsibilidad y programación de nuestras vidas, preferimos, ya que aquello que hicimos no fue inmediatamente nefasto aunque a la larga sea irremediablemente catastrófico, repetirlo sistemáticamente para fijar en nuestra descendencia, hijos y nietos, la obligatoriedad de las reglas de servidumbre de nuestra existencia, con su valoración y sentido: "esto es bueno, aquello no", "debes hacer esto o lo otro", "eso está prohibido", "esto propicia la lluvia", " aquello despierta y desata a las musas de la ira"... Lo hacemos, porque hay una zozobra de la razón y una claudicación del intelecto al mismo tiempo que una nostalgia por el estado de indefensión e inocencia que todo ser vivo tiene por el mero hecho de haber nacido.  

sábado, 3 de marzo de 2018

Para una libertad exquisita

En los últimos meses los medios socialdemócratas han venido denunciando la, para decirlo con su patológica cursilería, débil salud del desmejorado cuerpo hercúleo de la dorada libertad de expresión en España. Los ejemplos resulta bochornoso enumerarlos, todos están poseídos por el patético demonio de la modernidad: la frivolidad de la necedad y la estulticia. La enfermedad que adolece a los catalanes fetén, todos artistas, y que pretenden exhibir de modo extenuante y sistemático con religiosos lazos amarillos para sublimarse, se ve reprimida por el mismo Estado que pretendieron dudosa y torpemente destruir; troceando su soberanía. La censura política es ridícula y minúscula (aunque hay una grave y penetrante censura económica en forma de explotación), pero se ha hecho de ella todo un problema nacional. Sencillo. Para hacer lo que te dé la gana primero hay que tener gana de hacer algo, decía la Gaite. Que es lo mismo que la extravagante dicotomía entre libertad de expresión y libertad de pensamiento o conciencia: para decir lo que se quiera primero se tiene que tener algo que decir. Y en esta segunda parte, y no en la primera, es donde reside el verdadero e irresoluble problema. Me parece totalmente desproporcionado pedir prisión por un rapero que tiene menos talento, gracia, e intelecto, que una coliflor hervida, pero sin duda que esa clase de estúpidos sea símbolo y síntoma de una sociedad que se pretende "ilustrada" y democrática, la causa por la que se lucha, deja en peor lugar todavía a esa sociedad civil madura y formada que debería configurar una especie de sujeto, discontinuo y múltiple, de emancipación. Sí, existe la censura, pero se ejerce sobre un ejército de analfabetos pretenciosos y narcisistas descerebrados que no merece la pena reivindicar, amar, ni idolatrar. Lo verdaderamente subversivo y sugestivo, en el arte y la filosofía, no se persigue, no se censura o prohíbe, precisamente porque no existe; o lo hace de un modo tan minoritario que no representa peligro alguno. Ese es nuestro drama; no la disparatada anécdota de un rapero mediocre o un delirante nacionalistas, sino la postración catatónica del pensamiento crítico en la "sociedad abierta".       

jueves, 1 de marzo de 2018

L'ou de la serp (XXIX): Cataluña y el 6 de octubre

<< Más grave que todo lo que está aconteciendo en estos días, es la marcha vertiginosa de los partidos separatistas catalanes hacia el recobro de su absoluto predominio y, quizá más grave que eso, la indiferencia española ante el fenómeno.
No es que parezca como si no hubiera producido el 6 de octubre; es que parece -y es- que ha triunfado el 6 de octubre. Aquel 6 de octubre en que se gritó: "¡Catalanes a las armas!" contra España.
Los mismos nombres en el Poder. Y aclamaciones frenéticas por las calles para quienes simbolizan la muerte de oficiales y soldados que salieron a las calles de Barcelona en defensa de la unidad.
En el frenesí de la multitud apiñada en torno a Companys, ni un "¡Viva España!" se ha escapado. Todo ha sido vivas a Cataluña y a la República, proferidos con el designio patente de eludir la pronunciación del odiado nombre de España. De igual manera se eludirá el pronunciado en la formación de la infancia catalana, ya en camino de ser entregada por entero a manos separatistas. Ni siquiera se guardará para España un silencio de extranjería, sino que se empleará el más cauto rencor en extirpar del alma de los niños eso que llaman los separatistas el asimilismo español.
Sean cuales sean los requerimientos de la hora, no negaremos ni un instante de desvelo a esta terrible inminencia de Cataluña. De la tierra española de Cataluña, que por nada, cueste lo que cueste, nos avendremos a perder. >>

José Antonio Primo de Rivera; Arriba, núm. 34, 5 de marzo de 1936.

  • Más allá de la conocida repetición como farsa, como comedia, de la historia, siguen los mismos nombres (hombres) en el Poder. La misma infancia secuestrada por unos y por otros, ¿son los mismos?, unos más que otros. El mismo Odio. Rencor. ¿Desvelo?  Los sordos ¡Viva! La enferma tierra... Pero, ¡sin dudarlo!, distintos Tiempos, distintas armas.