miércoles, 27 de diciembre de 2017

Notas para una biografía (IV)

La finalidad real de toda escritura biográfica es hacer de la vida algo absolutamente comprensible como obra, es decir, como objeto contemplativo exteriorizado, pero no ajeno ni extraño, cuya expresión debe someterse a una forma estilística íntegramente inteligible. Este proceso en ningún caso constituye un falseamiento de la vida, una desnaturalización o manipulación, sino uno de sus más bellos movimientos de espíritu raramente realizables por su dificultad y complejidad: la objetualización y objetivación de la subjetividad, algo así como dar al tono concentrado e íntimo de la vida el mismo carácter expansivo y accesible de mundo. Por eso, no se puede escribir un ensayo biográfico sin reflexionar sobre los mecanismos de producción del mensaje y el discurso literario, las técnicas de fabricación del yo y la personalidad o el mero acto de creación artística; sea de un modo implícito en la estructura textual, implícito en la propia escritura, o sea de un modo explícito en la exposición analítica paralela a la vida relatada: dos libros en uno. Se debe contar qué se está haciendo y quién es uno en el momento de contar algo al modo estético; sin duda es la deconstrucción de una vida para la (re)construcción de una obra biográfica. El yo del ejercicio subjetivo no es una muestra de arrogancia y soberbia como creen los reaccionarios, sino que es una muestra de la precariedad de la vida; no de prepotencia, porque es un yo exhibido, sujeto al comentario y a la interpelación del otro, a la infatigable vulnerabilidad y erosión. El proceso mediante el cual la vida, y en especial la vida de un escritor o creador, aunque sea para impugnarla, se convierte en materia literaria, es uno de los procesos más fascinantes de la literatura, quizá el que más.

martes, 26 de diciembre de 2017

Notas para una biografía (III)

Una declaración solemne e imprescindible para todo escritor de la intimidad, que como el no, es muy fea e incomoda pero muy desengañada: << A mí no me gusta la gente, no la soporto, a mí lo que me gusta son sus vidas >>. Dando a las vidas un carácter absoluto de movimientos autónomos y despliegue objetivo, siendo sus gentes un mero soporte efímero para ver el espectáculo, un conductor de alquiler, un triste e infeliz pretexto.

martes, 19 de diciembre de 2017

Arrimadas, esa mala puta ¡Impublicable!

A muchos hombres acomplejados, ingenuos querubines todavía, les intimida la exuberante exposición de las frivolidades femeninas de la corrección política, fruto de esta socialdemocracia moribunda que, agotada y hundida internacionalmente, bracea desesperada en los inhóspitos y abandonados mares de la ignominia para sobrevivir tras su propio fracaso constitutivo basado en la mentira. Si muchos de mi generación han desarrollado, y lo sé bien, técnicas de sofisticado cinismo para ligar ("conseguir un chocho o un coñete feminista"... esa es su virtualidad y su imaginario, que tanto gusta a algunas muchachas desoladas; aunque yo no sé lo que será eso del "chochete", desconozco esa clase de cochinadas...) que consisten en ser "el hombre que mejor comprende la necesidad del feminismo " o "el mejor amigo heterosexual de las chicas", hay otros que directamente, de frágiles y chamuscadas neuronas, prefieren la férrea militancia del activismo identitario en pro de la pureza de género del lenguaje público y ¡privado!; un verdadero desvarío. Y que además, son casi más amanerados e insufribles que muchas militantes masa narcotizadas; más papistas que el papa. Como a mí todas esas cosas me importan básicamente un pimiento, yo vivo del aire, prefiero desactivar esos infectos animalitos llamados eufemismos, eslóganes, fraseo profesoral, retórica, pedagogemas, prosas burocráticas, que parasitan verdaderamente el lenguaje hasta dejarlo hecho un pellejo flácido, antes que sumarme a unas infelices modas muy remunerativas pero que degradarían mi estupenda figura y mi inmejorable salud. El caso es sencillo y divertido. Corresponde a la penetrante campaña desatada de necedad y estulticia que nuestros sofistas tan contemporáneos como vernáculos están ejecutando para liberar a Cataluña de su fatalidad: el pueblo como opio del pueblo. Durante el cruce de propagandas, un cómico catalán sin mucho talento pero con notables fondos económicos de la administración terminó una ridícula sátira de rimas con un maravilloso sello, "la mala puta", dirigido a Inés, la Arrimadas. La ola de demagogia se desató, y lo/as cancerberos de la moral oficial salieron a decretar a su nueva víctima y su indispensable verdugo: sucios machistas o crueles misóginos que aceptaran, promovieran y celebraran esas ofensivas palabras. Lo cierto es que esas nobles y exactas palabras tiene un origen anecdotario entrañable, hay que rescatar, antes que nada, los nutritivos materiales de la memoria:
 
   << En el peligroso verano de 1959 el poeta (y editor con aires cesaristas) Carlos Barral viajó a Madrid. Una tarde se encontró a Ernest Hemingway en el hotel. Hechas las presentaciones, el novelista americano le preguntó: "¿Qué tal la mala puta?" Barral se quedó perplejo y apenas acertó a decir: "¿Qué mala puta?" A lo que Hemingway respondió: "¡La literatura española!" >>
 
 La anécdota es de lo más oportuna. El fragmento, muy expresivo y directo. Lo que demuestra el fructífero significado de las palabras, el inmenso campo semántico de las malas putas, la pragmática y polisemia de un lenguaje rico y jugoso que hace de ofensas satíricas rotundos elogios políticos. No es extraño que la Arrimadas, viva representante de la falsa e ilusoria emancipación de la mujer - puesto que se ha quedado en ser la monísima representante de la estúpida figura femenina moderna como sujeto de consumo cosmético y fatuidad intelectual de ESADE-  no se de cuenta del elogio, rodeados como estamos de una histérica opinión pública afectada del síndrome de monjas y capellanes ante la carne desnuda. Cuando salta como la liebre la mala puta, nadie se para a pensar en su plural y revelador significado, se enrolan en la remuneración publicitaria del impacto de la falsa ofensa. El elogio, tal y como yo lo veo, consiste en la astucia y picardía inherentes a la posición o la situación tácticamente beneficiosa en que se encuentra la mala puta: en la mismísima centralidad del tablero electoral. Su partido es la única fuerza política "unionista" que aspira a la presidencia real, acumulando así la mayoría de votos de los "constitucionalistas" y el voto del despertar abstencionista, mientras se aprovecha como nunca de la erosión y decadencia de la fratricida lucha simbólica del bloque secesionista por la hegemonía nacionalista. La mala puta, es astuta, pícara, hábil, más lista que el hambre, y sin duda, cabronaza (porque busca rematar el cadáver electoral), aprovecha la debilidad de los demás para crecer, algo difícil, pero que se ha hecho factible, y de lo que se congratula notoriamente toda la derecha mesetaria. Este tipo de ofensas son la mayor gloria para los candidatos obligados a ser héroes deportivos o verdaderos cesaristas de la tecnopolítica. Inés es sin duda un Impublicable, la mala puta.


PD: No puedo dejar de mencionar el momento en que descubrí mi omnímoda libertad para juzgar a una mujer pública que podía ser monísima y atractiva pero a su vez absolutamente estúpida y analfabeta; sin que ello acarrease ningún complejo de culpa en mí. Un verano, tumbado en el césped del jardín de la casa del pueblo de Gerard, tocando este el piano, y Clàudia tostando su bello cuerpo al sol leyendo a Nabokov, y pensando yo en la sencilla, feliz y sabrosa comida que nos iba a preparar (fue el único día que no cocinamos todos juntos), leí una entrevista de la Arrimadas en el periódico El Mundo. La pobre contestó, a la increíble y surrealista pregunta que la comparaba con Azaña, que no había leído ningún libro de él pero que su jefe de prensa le había preparado un dossier con sus mejores frases. Nada más que decir. Si esto es la supuesta emancipación femenina, casi prefiero el estereotipo de las antiguas amas de casa burguesas con un estupendo tiempo libre y un excelente nivel cultural, de acceso ilimitado a la literatura, la música y la filosofía clásica, que a estas profesionales de las finanzas pero con la cabeza vacía y la palabra estéril.     





sábado, 16 de diciembre de 2017

Notas para una biografía (II)

Existe un molesto tipo de zoquetes, excéntricos y muy bien alimentados, que niegan a la representación lingüística toda capacidad de recrear y reflejar verazmente el mundo tal como es; sus hechos, su vida, su acontecer, sus motivos. No es mi caso. Aunque siempre me mareo ante el mismo abismo de oscuros y afilados acantilados, misteriosos vientos, y feroces mares solitarios: ¿cómo con el brillante y extenuante ejercicio de la razón hemos conseguido, en lo importante, tan sólidos y perdurables resultados a un precio moral y político tan injusto y sanguinario? No tengo la respuesta, sólo sé que los límites de la razón no son una insuficiencia ni un problema, sino precisamente su grandeza y el origen de su fecundidad, una generosa concesión de espacio y habitabilidad a otras muchas, y excesivas, dimensiones del ser humano que cohabitan realimentándose parasitariamente. Y en modo alguno sus límites nos ofrecen una visión global de la realidad torcida, perversa o degenerada; nuestras sombras se deben, sin duda, no a una incapacidad inherente y consustancial del pensamiento, sino a la falta de tiempo, al carácter finito y embrutecido de la mortalidad, su decisiva ruina. Así, la escritura biográfica puede dar cuenta de una vida entera y su exacto lugar en el mundo, levantarla letra a letra por sí misma, sin agotarse en nada ni consumirse antes de finalizar su tarea comprensiva o explicativa. Si no conseguimos descifrar ese espacio vacío entre vida y literatura, ese frío silencio del mundo que nos perturba, se debe al tiempo perdido, ya sea malgastado, despilfarrado, o por escasez, porque simplemente no se tiene. No es la incapacidad de la escritura la que no permite una vida completa de papel, es la claudicación del tiempo.

Léautaud es un vivísimo y riquísimo ejemplo de eso. Si no tenemos toda su vida representada (aunque sí casi toda) en los numerosos tomos de su diario literario o diario particular, publicados por el  Mercure de France (revista y editorial donde trabajó siempre como crítico y editor), es porque no le dio tiempo, pero no porque no pudiera escribirla con sensibilidad y eficiencia: el trabajo, la  preocupación por la muerte, la crueldad de la vejez, la comida para sus animales en años de guerra y escasez, la destrucción del ser amado, los perturbados y ardientes recuerdos de una feminidad imposible e indecible, la pasión domesticada de la madurez, el entretenimiento con el hombre lúdico que aparece en cada nazi, judío o colaboracionista francés, la abnegada y cínica vida de la sociedad literaria, el incestuoso enamoramiento con la madre que lo abandonó al nacer, el cuidado del jardín como esa necrópolis donde enterró a centenares de gatos y decenas de perros que amó; un ir y venir incesante que dificulta mucho la sobriedad y tranquilidad que requiere la escritura. Su obra diarística es un monumental y crudo autoanálisis subjetivo del yo, a la vez que la grosera exposición del fresco generacional y profesional de su época. Pero ante todo, sus escritos son la trampa más genial y astuta contra la aniquilación irremediable del tiempo: su escritura es un gesto irónico que hace del enemigo un aliado fiel; el tiempo perdido, gastado, ausente, no es el impedimento, es el indiscutible motor de su literatura, el sobrecogedor tema de su obra/vida.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Notas para una biografía

    Una buena vida mal contada, esto es, que no tenga la posibilidad ni la fuerza interna de aparecer y revelarse de modo alguno ante nosotros, no vale para nada, ni siquiera para ser vivida, ni apreciada. Sin embargo, una vida mal vivida es susceptible de conformar un excitante, gozoso y sugestivo material literario, siempre que pueda ser notablemente narrada para decirnos algo; algo nuevo que irrumpa e interrumpa la apelmazada y zozobrante trama de relaciones mundanas que ahoga la espontaneidad. Aprender a escribir tiene una profunda relación conflictiva con aprender a vivir (no quiero entrar, tanto da, en lo de Montaigne, filosofar es aprender a morir; ambos estamos diciendo lo mismo); a ser de un modo radicalmente distinto a los demás, sabiendo que todos somos exactamente lo mismo. Asumir la paradoja biográfica. Según la cual en cada hombre habita el corazón de lo insoluble, en un solo hombre convive contradictoriamente, si bien también destructivamente, el secreto de toda la humanidad, y a su vez, nos sabemos, porque lo somos absolutamente, perfectamente sustituibles por otros, por otros rotundamente iguales e insignificantes. Poder decir así, sin más, como Montaigne otra vez, yo soy el material de mis libros, es el deslumbrante inicio del ensayo subjetivo, del ensayo biográfico, la escritura del yo, que de un modo entero y desnudo, sólo existe en relación con la insondable inmensidad del mundo objetivo y la ambiciosa pretensión de recrear todo un tiempo en la sola figura de un hombre con su memoria.