domingo, 17 de mayo de 2015

Adorno: apuntes sobre televisión




De las palabras de Arcadi sobre Pablemos: "son los hijos de la televisión basura y por lo tanto son política basura"; se desprende algo más que un significado meramente valorativo y polémico. Se desprende algo que quizás escapaba a las pretensiones de Espada, pero que sintetiza un conjunto de características del propio medio televisivo. Expresadas por Adorno, en varios artículos de crítica de la cultura y sociedad, en el fetiche de ese tipo de sentencias a caballo entre realidad e irrealidad, entre lo valorativo y lo descriptivo, o entre la asimilación de ambas disyuntivas. Decir que un objeto es televisivo, que es hijo de la televisión, implica una constitución o configuración regulativa y ontológica que se da dentro de los límites del propio medio y que lo distingue y diferencia de un "exterior", de un  "afuera" extra-televisivo; aunque su contenido pertenezca y provenga a su vez de esa realidad. De aquello que tradicionalmente ha estado fuera de la televisión y que pertenecía a distintos niveles u ordenes de la realidad, como la política. Vemos hoy, como ésta, se identifica y se asimila a la irrealidad real, a la hipertrofia efectiva de la televisión. Afirmando así, aquello que decía Antonio Casado sobre Podemos (especialmente dedicado a Monedero) y el Estado, y que puede aplicarse a la televisión: "el contacto con aquello que quieren superar hace que a veces se parezcan a lo que quieren sustituir [...] La entrada de Podemos en la carrera electoral convirtió a este partido en rehén del Estado en su peor versión". Pues, que duda cabe que los chicos de Pablemos han pretendido usar y superar el medio televisivo; usarlo como un instrumento político, una herramienta de propaganda, una palanca para el tecnicismo burócrata de elecciones y gobiernos (gestores) nacionales. De eso, de su contacto y presencia contínua en ese medio, han terminado por asimilarse a él. Asimilando su discurso político a mensajes televisivos, sus categorías en mayorías de share, el debate y el diálogo en términos deportivos (en retransmisiones de fútbol) de blanco o negro; la retórica en funnies, y el lenguaje de palabras en lenguaje de imágenes. Que como dice Adorno, es un lenguaje más primitivo, pues para la cultura de masas (el público objetivo de la televisión; osea todos) el lenguaje es como una escritura jeroglífica. En definitiva, han fijado y sellado el cauce a una "personificación infantil y serial de la política";  la lógica de las soap opera como dinámica o forma de administración. 

Tanto es así que los interlocutores y los enemigos de Pablemos no vienen dados o impuestos, sino que se fabrican. Sus interlocutores no son aquello escondido que hay que encontrar incluso en los terrenos pantanosos y cavernosos, sino que son moldes y patrones de los tópicos mediáticos, interlocutores fabricados a golpe de impacto televisivo. Pues el espíritu del 15-M canalizado en la política, no hubiera dado para tanto, no hubiera movilizado, paralizado y masificado de tal modo el espacio público, no hubiera causado una brecha (que no ruptura) en la hegemonía, vamos a llamar con imprecisión, "bipartidista". Ni hubieran instaurado un lenguaje, un tipo de discurso y unos objetivos que marcan la agenda oficial de todos los partidos. En cuanto al enemigo, la demonización (justa) del PP, lo han convertido en el "malo" de la serie; su caricatura, ya más real que ficticia, es la que se combate y se oye, y no la grisura y seriedad socialdemócrata con que se pretenden (el PP de Rajoy, pues el PP de Aznar o Cascos sigue masturbándose con el conservadurismo recio). De este modo Pablemos ha conseguido fabricar sus interlocutores y electores, su enemigo y los objetivos nacionales oficiales de referencia; quebrando la hegemonía y abriendo una brecha que posibilitará, como ya se ha visto en Andalucía, un verdadero pluralismo liberal. Una estéril y tiesa política de pactos y acuerdos, que quizás resulte insuficiente para la perspectiva de la izquierda crítica, mal llamada radical, pero que en todo caso, se gana en coherencia y plasticidad institucional. Cumplen al menos con los requisitos éticos y estéticos del parlamentarismo.

La televisión como ideología asume la tarea de edificar hegemonías, ya que según Adorno, la televisión es el aparato de retransmisión de "lo siempre-igual" o lo "siempre-idéntico", es decir, de lo establecido. De todo aquello que al ser dicho no representará ni una subversión, ni una alternativa como punto de fuga, ni una inversión del orden, sino que reafirmará la recta continuidad del statu quo. Todo discurso primitivo de imágenes, precario en la reflexión e indigente en la crítica, esto es, en la posibilidad de introducir la alteridad o la diferencia, tiene como fin los objetos del inconsciente. Aquellos productos que no son fácilmente filtrados por un "yo" maduro y una conciencia despierta, y que por lo tanto, sottovoce, se introducen con total holgura y amplitud en los dóciles y dúctiles pastos sin puertas del inconsciente. De ahí que para analizar los elementos de dominación de la televisión, Adorno no se los tome como elementos aislados, como datos y hechos, más propios a la cesta de la sociología empírica; sino que entienda el fenómeno televisivo como "el conjunto del sistema", cuyo objeto sólo puede ser estudiado por el método psicoanalítico y sus amplias y arbitrarias miras. Aunque para las pretensiones aquí expuestas no es imprescindible el método psicoanalítico, no así, la concepción de sistema que el medio televisivo representa. Pues sin tener que repetir la crítica a la razón instrumental, la televisión consigue algo más sutil, imperceptible quizás, que el convertir un medio en el propio fin. Consigue inocular su "realismo" como parámetro y patrón de orden político, como criterio para la experiencia individual cotidiana y como ideología del "sentido común". El convencionalismo y el conformismo que apoyan la estabilidad, la paz y la seguridad, grandes mantras de la ideología de la identidad. Configurando la ideología realista, a la que se le deja todo el espacio disponible, como antagonismo o contraposición a la ideología utópica, quimérica, y a todo tipo de ensoñación o endiosamiento. 

En el caso de Podemos vemos como la concepción adorniana de la televisión sí que ha conseguido asimilar lo técnico y lo artístico en ellos, e inocular en sus discursos la ideología realista. Pues contrariamente a lo que muchos piensan, a mi juicio, sus propuestas serán o no realizables, pragmáticamente viables o económicamente factibles, pero en ningún caso juegan un papel agónico, subversivo o que suponga una alternativa a la socialdemocracia. Ciertamente su presencia institucional sea como oposición o gobierno en los distintos parlamentos de la comarca, mejora y purifica el limpio e impoluto parlamentarismo pluralista. Sus medidas no puede decirse que sean propias de una ideología de la diferencia, sino que corresponden a una ideología de la identidad. De ahí sus propuestas técnicas, estratégicas y mecánicas sobre la administración, gestión y burocracia del país. No propiamente del buen gobierno; problema esencial de la filosofía política, a excepción de la excéntrica Arendt. Se habla pues en clave televisiva, lo idéntico, sobre lo político; pues éste lejos de poder dominar aquello, se ve imbuido y envuelto plenamente en su mediatización, en la mediatización de lo televisivo. Así sucede de forma más ejemplar y paradigmática con Podemos, en la que la frase de Arcadi cobra su total significación, sin suscribir sus intenciones valorativas y provocativas como ya dije. Adorno ve en este tipo de identificaciones y solapamientos, un fuerte carácter anti-materialista, anti-intelectual y "moralista", al que tiende la televisión por su naturaleza, y correlativamente la política y su ideología. Cuyo lenguaje televisivo embrutece el lenguaje político y el lenguaje del espíritu. Quizás la política dentro de la hegemonía necesita de esos excesos del sistema, no como vicio, defecto o error del mismo, sino como lógica inherente para su funcionamiento, crecimiento y desarrollo. Quizás cuanto antes lo asumamos, y lo asuman los intelectuales (por mucho que nos repugne y les repugne idealmente), antes podremos arreglar a un nivel práctico, y gestionando la televisión, domándola en lo posible, los problemas económicos y sociales (no estrictamente políticos) a los que nos enfrentamos. Pues no parece que nadie este dispuesto a pagar el precio de hacer política rompiendo la hegemonía y oponiendo otra distinta a la del realismo y la identidad. Los peligros, mediáticos, políticos, morales, estéticos y personales son excesivos. 
































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