viernes, 7 de noviembre de 2014

Burda mediocridad





No es suficiente con tener que enfundarse la lengua en determinadas situaciones, cuyo contexto es propicio al envenenamiento hasta la asfixia de nuestros interlocutores (no siempre deseables), sino que en condiciones normales uno no puede ni tan siquiera respirar a destiempo, moverse asimétrica-mente o no responder con un !Sí señor¡ al toque de corneta; se nos esta prohibido incluso blasfemar sobre lo notablemente falso. ¿A quién se le esta prohibido blasfemar en un país liberal? se preguntará el noble y paciente lector; pues a los no católicos políticamente. Todos tenemos, mucho a nuestro pesar, algún que otro amigo católico, esto es, nacionalista. Incluso tenemos alguna especie exótica y extraña, casi camaleónica si no fuese por su sucio color grisáceo, con problemas de identidad, que nunca se sabe si suben o bajan, que se dicen a si mismos ateos de pro, mientras se masturban en sodomías de catecismo familiar o adoran a figuras totémicas seculares de la trascendencia.

Ciertamente este tipo de vulgaridad y mediocridad, no es nada excepcional, quizás uno mismo, el que escribe como el que esta leyendo, acaten dócilmente imposiciones repugnantes a su siempre higiénica y sana personalidad,  quizás aceptemos obedientemente consignas y propaganda que interiorizamos e identificamos con nuestra condición, sin reparar en la evidencia de la siempre insaciable y constante repetición ideológica de lo privado. No me gustaría recaer en un tono paternal, figura que me repela tanto metafórica como fácticamente, ni caer en una moralización de las costumbres y los hábitos pensando que uno esta libre de pecado. Pero ciertamente no solo mi experiencia personal, siempre reducida, local y provincial (vivo en Cataluña), sino la percepción general en los medios, es la de una atomización del individuo, sacralizado en su creencia de los "derechos individuales" para lo "no-político". Pretenden politizar ellos mismos algo que no tiene porque serlo de normal; una auto-violación o magreo de su propio proceder instintivo, un proceso de saneamiento y limpieza, que obliga al individuo a levantarse cada día con el traje de domingo puesto; como si en los trajes cotidianos no tuviéramos suficientes manchas.  A mi siempre me ha sorprendido, no aquellos que no hablan de si mismos, mentes perversas y retorcidas que ocultan vacíos profundos o banalidades insustanciales, sino aquellos que hablan de sí mismos como si su privacidad fuera una especie de texto sacerdotal, una especie de coto privado sumarísimo, dichos apocalípticos de lo personal deben de tener privacidades muy densas. Además suelen ser los mismos que se dedican a comprar voluntades para su gobierno de las emociones, como una especie de democratización de los sentimientos. Una constante tentación a la inocencia y al infantilismo, al que se recurre para contar las debilidades de las peripecias personales, recubiertas de indomable valentía o incluso actos heroicos, nobles relatos de la burguesía inmadura; cuentos de niños fantasiosos.

La mediocridad no sólo se demuestra en lo cercano, en lo propio, o en la experiencia de las costumbres y hábitos urbanos cotidianos, sino en las estancias más elevadas de la sacristía política, tanto en su expresión celestial en la teoría, como en la institucionalización más rígida y sólida de la misma. En aquellas practicas que vemos como lejanas, recubiertas por la bandera e inscritas en las viscosas tripas de la patria; que convierten los argumentos y posturas ideológicas de sentido común, en un disparate revolucionario, en una anormalidad política que no cabe en el nuevo marco de corrección discursiva y gramatical. Palabras que antes parecían neutrales ahora son propias de "fachas" (siempre españoles, ya se sabe aquello de "sólo se ve la paja en el ojo ajeno"), incluso se llega a confundir el debate político con una discusión personal, las agresiones a ideas políticas, se convierten en agresiones personales. Las ideas son sus nuevas extensiones corporales, burlarse o dañarlas a ellas, es dañar inexorablemente a un cuerpo maltratado, que encima es representación somática del cuerpo colectivo, atacando pues la idea de nación o pueblo, estas atacando no sólo a un sujeto en un plano personal-carnal, sino a todos los catalanes dispersados por el mundo; un disparate en toda regla de la mediocridad. Una regla que predica "no usarás el nombre de Dios en vano" podría traducirse por "no usarás el nombre Cataluña en vano". 

Como iba diciendo, la saturación retórica y sofística del nacionalismo, no solo imposibilita la capacidad de discrepancia (si no estas a favor de derecho a decidir, no eres un demócrata y les estas oprimiendo), sino que ni tan siquiera pueden denunciarse sus abusos como tales, es decir, no es posible deshilachar de una manera objetiva el contenido doctrinal de su ideología y revelar la "verdad"; es decir la verdad que se oculta tras la ideología y el dogmatismo propios del arraigo a la tierra. Su entusiasmo y alegría imposibilita una experiencia rasa de lo que significa levantar un nacionalismo y un proyecto de país en blanco, sin más programa que la superioridad moral y cultural (lingüística) de su Nación. Mediocridad es pues, la postura de esos herederos del relativismo pos-moderno, que sostienen que no hay una "verdad" en política; ni aquella que se revela públicamente, que es iluminada por la luz de lo común. Pensarse que todos y cada uno de los individuos puede presentarse en el espacio público exponiendo sus fantasmas familiares o deshacer  el armario de viejas opiniones, como si los hechos no hablasen con una relevancia y brillantez deslumbrante en ciertas ocasiones: véase la acusación de Arendt al pueblo alemán sobre los acontecimientos del fascismo, o véase los propios hechos del 11M en Madrid. Quién podría negar (dejando de lado a los de la teoría conspiratoria) que esos atentados fueron una respuesta política por un grupo terrorista islámico; quién puede negar que la violencia ejercida era una advertencia, un toque elevado de atención, un aviso de pre-guerra en casa. De la misma manera debemos pues, disponer de una lectura de revelación de la verdad sea según procedimientos o formas teológicas como en Adorno, en que (teología negativa) las cosas se van definiendo por lo que no son; aposentándose por su propio peso y sesgo según el proceso de negación  de determinaciones y condicionamientos inadecuados, llegando al fin a una revelación negativa; o sea de cualquier otro método que no banalizara, simplificara o relativizara la verdad.

Y la verdad en el proceso Nacionalista catalán, es que no es un movimiento ni progresista, ni socialistas, ni liberal, ni socialdemócrata, sino profundamente reaccionario, etnicista y conservador: en su forma regresiva de un pasado (paraíso) perdido orgánico y pleno, que hay que construir en el futuro, a imagen y semejanza del "ser-catalán", cueste lo que cueste. Sea la salida de la Unión Europea, la depresión económica de las clases más débiles materialmente, la exclusión política y cultural, la inclusión de la dialéctica amigo/enemigo en el interior del estado, o el propio ambiente chabacano de provincialismo de ignorancia rampante. Al fin y al cavo, no ver eso sea cual sea nuestra posición, es burda mediocridad.